Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Aragón guarda más de 17.000 muestras de semillas en su 'Arca de Noé' del siglo XXI

El CITA recopila desde hace más de treinta años semillas perdidas de la agricultura aragonesa.

El banco de semillas de Aragón.
El banco de semillas de Aragón.
V. Millán

En una de las escasas zonas pobladas cercanas al Polo Norte, en el archipiélago de Svalbard, tienen su refugio desde el año 2008 más de 800.000 muestras de semillas de todo el mundo. Allí, en este rincón perteneciente a Noruega, se guardan todas estas simientes en la denominada Bóveda Global de Semillas. Un Arca de Noé del siglo XXI construida para albergar una copia del mayor número de especies con el objetivo de prevenir la pérdida de biodiversidad y también, aunque con mucha literatura de por medio, como garante de la alimentación humana en caso de un desastre de proporciones bíblicas.


El pasado 7 de octubre, los investigadores exiliados del banco de semillas de Alepo, en Siria, tuvieron que solicitar por primera vez desde su construcción la apertura de los depósitos de Svalbard después de que la guerra que asola el país destruyera todas sus muestras. Un ejemplo extremo sobre cómo la biodiversidad está muchas veces más condicionada de lo que se piensa, y cuya garantía guarda en Aragón uno de los bancos de germoplasma más veteranos de España.


En el Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón (CITA), en la carretera de Montañana, se guarda desde hace más de treinta años una valiosa remesa de especies hortícolas y silvestres que, de no ser por la cuidada labor de sus investigadores, serían irrecuperables. Aunque sin el mismo glamour mediático que la llamada 'Bóveda del fin del mundo', en este espacio se han conseguido congregar tras numerosas recolecciones más de 17.000 muestras de semillas que a una temperatura de menos 18 grados bajo cero guardan la herencia de una variedad genética perdida por la unificación de la agricultura y la pérdida de los tradicionales hábitos de selección que los propios agricultores solían realizar en el campo para obtener las semillas más propicias a su entorno.


En total, más de 400 especies distintas recogidas en miles de frascos de las cuales algo más de 1.800 muestras son de variedades exclusivamente aragonesas de tomate, lechuga, cebolla o judías. “De no haber iniciado esta labor en los años ochenta seguramente la mayor parte de estas variedades habrían desparecido”, explica su responsable, la investigadora Cristina Mallor.


La conservación de estas especies no es ni mucho menos baladí. De hecho, especies tan valoradas hoy día como el tomate rosa de Barbastro o la cebolla de Fuentes basan su éxito en el mantenimiento de una genética que solo el paso de los años y la selección de los agricultores temporada tras temporada ha conseguido configurar.


Ahora, con sus más de 17.000 muestras, el Banco de Germoplasma de Especies Hortícolas zaragozano se encuadra como pieza fundamental del mantenimiento genético de toda España. “Durante años la labor fue captar y recoger mediante trabajos de campo variedades que los agricultores utilizaban. Ahora nuestro trabajo principal pasa por multiplicar estas muestras”, explica Mallor.


Entre el patrimonio puramente aragonés, la colección del Banco de germoplasma del CITA destaca en la variedad de especie de judías (326 muestras), tomate (284 muestras) y lechuga (101 muestras), todas ellas lo suficientemente multiplicadas como para abrir líneas de investigación. Sin embargo, existen otras variedades donde solo se conserva la semilla original cedida por el agricultor, lo cual requiere un especial cuidado.


Sin ir más lejos, esta semana se cerraban y catalogaban tras ser deshidratadas nuevas semillas multiplicadas en las huertas experimentales del CITA. Una nueva colección que engrosarán las cuatro cámaras frigoríficas que guardan este particular recurso genético, que a la postre son destinadas a la investigación, a la mejora de las plantas, o a iniciativas que pretenden difundir estas variedades ahora prácticamente extintas. “Hemos hecho pruebas con variedades de tomates que llevaban más de treinta años guardadas y hemos conseguido que germinen casi el 90% de las semillas”, señala la investigadora.El auge de la agricultora ecológica y la vuelta al campo han aupado su uso en los últimos años


Aunque las semillas conservadas no tienen en ningún caso un fin comercial, el interés creciente en los últimos años por la agricultura ecológica y la vuelta a los métodos naturales en el campo han propiciado que las peticiones de distribución que recibe el CITA vayan creciendo con el paso del tiempo.


“Recibimos peticiones de investigadores de todas la partes del mundo. Ahora mismo vamos a enviar unas semillas de cardo mariano a un solicitante de Italia, y llegan solicitud desde Australia, de la India...” comenta Mallor, que recuerda un caso especial: “Aunque por norma general no podemos atender peticiones de particulares, en una ocasión recibimos una petición por parte de un agricultor que en su última cosecha un hongo había echado a perder la variedad de tomate que cultivaba su abuelo. No le quedaban semillas, y nos solicitó si podríamos proporcionarle una muestra de esta especie que había sido su propio abuelo el que la había traído al banco”.


Además, entre las asociaciones que solicitan material al banco destaca la Red de Semillas de Aragón, que está formada por un grupo de agricultores, técnicos e interesados en una agricultura responsable, con la finalidad común de preservar la biodiversidad agrícola aragonesa. Cada año esta organización participa en una jornada en Borja sobre la biodiversidad agrícola, evento que sirve para mantener vivas variedades que hasta hace muy poco habían caído en desuso.


Del mismo modo, el banco está colaborando en los últimos años con el proyecto del Ayuntamiento de Zaragoza 'Huertas Life Km 0', para la recuperación medioambiental de espacios periurbanos mediante la intervención en el ecosistema y la agricultura ecológica, que tiene entre sus objetivos la recuperación de especies en la huerta zaragozana, mediante el cultivo de variedades autóctonas y tradicionales para su consumo en proximidad.


“Ya sea a nivel de mejora, investigación o simple divulgación, el objetivo fundamental es que no se pierdan estas variedades y que se les pueda dar uso”, señala Mallor. El mismo principio, justo, sobre el que se sustenta la razón de ser del banco de Svalbard que hace unas semanas evitó la pérdida de multitud de variedades guardadas en el almacén de Siria.


El particular banco noruego no guarda de momento -al menos que se sepa- ninguna de las variedades aragonesas aletargadas en Zaragoza, aunque bien podría hacerlo. El respaldo por si alguna vez ocurriera un problema en el CITA se encuentra en Madrid, donde el Centro Nacional de Recursos Fitogenéticos del INIA, perteneciente al Magrama, sirve de salvaguarda de todos los recursos nacionales.

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