Carta de un joven que dejó el campus por el campo

Marcos Garcés, agricultor de 28 años con dos carreras universitarias, cuenta por qué eligió este oficio.

Marcos Garcés
Marcos Garcés
UAGA

Marcos Garcés Lizama tiene 28 años y es de Bañón, en Teruel. Su testimonio bien podría valer para explicar el éxodo rural o las circunstancias de la vida en el campo por su condición de licenciado en Sociología y estar además acabando la carrera de Ciencias Políticas. Pero él además es agricultor desde hace cinco años de forma profesional.


Hace unas semanas, este afiliado de UAGA decidió difundir una carta para llamar la atención sobre el estado del campo para los jóvenes y reivindicar un oficio que muchas veces se ve como anticuado o poco atractivo y que aquí reproducimos:


Mi madre cuenta que casi sin saber andar pasaba tardes enteras con un tractor de pedales y un remolque haciendo maniobras, o que me escapaba en el tractor con mi abuelo, que ya era un peligro y lo teníamos prohibido. Ser agricultor va en la sangre y por si fuera poco, ¡tu padre lo alimenta!


Desde que recuerdo, soy agricultor (o proyecto de), me encanta el campo, el medio rural… lo que no tenía tan claro era dedicarme a ello. Cualquier sociedad te bombardea con su lógica mientras creces y ésta, tan confundida y de dudosos valores, te orienta hacia trabajos maravillosos en los que ganas mucho, trabajas lo justo y no te ensucias. Y la agricultura nunca está entre esos idilios. Debe ser por lo de ensuciarse...


La realidad es que vivimos en una sociedad que promociona la economía especulativa y financiera frente a la productiva, a la real, a la que produce “cosas” con un valor más allá del económico. La agricultura no puede estar en ese top cuyos dogmas principales son el individualismo y “conseguir beneficio a costa de lo que sea”, definición de este voraz capitalismo cuyo resultado ha sido esta estafa llamada crisis.


Para el sistema, los agricultores somos unos bichos raros que vivimos de algo tan volátil como el suelo y el cielo y que practicamos un oficio del pasado económicamente nada guay. Se olvida que el mundo está habitado por personas, y que viven porque comen verduras, fruta, carne, no valores de bolsa o acciones. Producimos algo que es insustituible. Pero además se parte de un error, poner la boina a un sector que puede ser tan tecnológico e innovador como el que más.


La agricultura aparece denostada e infravalorada en una sociedad preocupada por mil y una tonterías y no por cosas tan trascendentales como su alimentación. Mis compañeros de universidad, como no me veían la boina, no se creían que fuera agricultor, pero cuanto más les explicaba más les interesaba, y ellos mismos reconocían que nunca se habían preocupado por la procedencia de los alimentos que consumían… ¿En qué mundo vivimos? Cuando les enseño el Índice de Precios Origen-Destino con variaciones de 300%, 700% y más… se echan las manos a la cabeza.


La agricultura es el oficio más bonito, digno y noble del mundo y, quizá también, de los más duros e injustos. Representa un conjunto de valores que la sociedad ha perdido y nosotros los mantenemos, o así debería ser. Telefónica, Santander, Mapfre… son los valores de hoy, en cambio esfuerzo, dedicación, implicación, compromiso, colaboración… AGRICULTURA, están en peligro de extinción.


Agricultura es conocimiento, es saber un poco de todo, de biología, de matemáticas, de geología, de meteorología, de química, de micro y macro economía, y además lo que nadie te enseña… tener una paciencia infinita. Si no es el oficio más antiguo del mundo, casi. Es una filosofía de vida en la que el clima te obliga a tener los pies en el suelo.


Por eso cuando terminé la carrera, sociología y ciencias políticas, tuve claro lo que quería ser. En la universidad aprendí a valorar la agricultura de una forma distinta, a tener una visión más amplia. Aprendí mil y una cosas que nada y todo tienen que ver con ella, a analizar el marco en el que se desarrolla y, sobre todo, descubrí que la agricultura debe ser social porque esa es su esencia.


Allí me di cuenta de lo equivocado del sistema en el que vivimos, que pone a la cola un sector determinante y estratégico, un sistema que relega a la economía productiva a los suburbios. Pero también me di cuenta que somos los agricultores los que hemos caído en la trampa, los que nos conformamos y exprimimos individualmente en nuestros bolsillos las insultantes PACs que nos imponen sin tener la fuerza ni la imaginación para cambiarlas. No me gusta ver agricultores peleando solamente por su bolsillo mientras lo que está en juego es el futuro y la dignidad del sector. Menos bolsillo, más ideas y más compromiso.


Y me entró la responsabilidad. Ser agricultor es un orgullo; y como agricultores tenemos la obligación de defender el sector, ser coherentes con nuestra profesión. Los jóvenes somos los encargados de poner a punto la agricultura, de regenerarla.


El relevo generacional no se puede quedar solamente en las explotaciones como un dato, debemos mirar al pasado para construir el futuro, recuperar la esencia, el espíritu y los valores para adaptarla a los tiempos. Los jóvenes tenemos la tarea de construir una agricultura social, en consonancia con el entorno, sostenible, respetuosa, comprometida y cooperativista. Debemos lograr que la sociedad y las instituciones conozcan, valoren, respeten y se impliquen en el sector.


La gente ni conoce ni sabe lo que es el sector y ese desconocimiento es tan perjudicial como peligroso. La agricultura es cultura, como la propia palabra indica y esta sociedad necesita aprender de ella como nosotros necesitamos integrarnos mejor en esta. No puede ser que la socialización aleje de un oficio tan vital a un tío como yo, que nací agricultor.

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