El Real Zaragoza se descompone

El equipo aragonés, plano y sin fútbol, cae ante Osasuna en La Romareda por cero goles a uno. El conjunto de Popovic sufre su segundo revés consecutivo en casa y se introduce en una crisis.

Jorge Díaz, tendido sobre el césped, desolado, al término del encuentro disputado ayer en La Romareda.
Jorge Díaz, tendido sobre el césped, desolado, al término del encuentro disputado ayer en La Romareda.
guillermo mestre

Osasuna hurgó ayer en la herida que ya padecía el Real Zaragoza, en la carne abierta que dejó en el cuerpo del zaragocismo la derrota sufrida ante el Córdoba. Nino echó en la mañana de ayer más sal sobre ese punto doloroso, de modo que a un resultado adverso se ha sumado otro, con el dolor añadido de que ambos se han registrado en casa, en La Romareda. En una de las pocas ocasiones claras que tuvo el conjunto navarro a lo largo del partido, el veterano delantero osasunista fusiló a Bono desde dentro del área, tras recibir un centro lateral. Corría entonces casi la media hora de encuentro.


La jugada fue un cúmulo de despropósitos por parte aragonesa. En realidad, nunca debió nacer esa carga. Pero se produjo. Rico dio el balón al enemigo en el centro del campo como una dádiva y a partir de ahí brotó la ofensiva. Por tres veces se pudo conjurar dicho peligro cerca de Bono. Pero nadie en la defensa pareció entender los registros de la contundencia. Todos los toques que se dieron a la pelota fueron blandos, una invitación para que los jugadores de Osasuna hicieran daño. Ante la permisividad local, ocurrió lo más natural.


Por paradójico que pueda parecer, eran minutos en los que, a pesar de sus notorias deficiencias, el Real Zaragoza emitía la sensación de que podía marcar. Al polaco Wilk se le había ido un balón fuera por muy poco, en un remate de cabeza, unos minutos antes. Previamente, habían amenazado Vallejo y Ángel. Sin embargo, ésta es una vieja ley del fútbol: quien perdona, paga. Sucumbe.


Después de recibir el golpe, el Real Zaragoza, aun siendo impreciso en el uso del balón, se acercó en alguna ocasión con relativo peligro. Jaime y Aria crearon una última ofensiva, epílogo de la primera mitad. Ranko Popovic tenía para entonces la percepción clara de que debía imprimir un cambio profundo al centro del campo, a la sala de máquinas del equipo, donde la pareja formada por Wilk y Dorca no era capaz de tomar el mando de las operaciones.


Además, sus conexiones con las bandas, con Jaime e Hinestroza, también se contaban a cuenta gotas. Allí se había producido un atasco, una gruesa densidad sobre la idea de cómo acercarse al marco contrario. Por momentos, el hecho de dar cuatro pases seguidos fue un problema irresoluble para dos futbolistas muy dispuestos al trabajo oscuro y a la brega y poco dados a la clarividencia. El Real Zaragoza estaba tan espeso como ellos, oscuro en un día en el que precisaba de argumentos.


Durante el paréntesis que supone el tiempo de descanso, Popovic echó mano del libro de estilo: retiró a Dorca e introdujo en la puja a Erik Morán. Con ese movimiento, el técnico serbio quiso inyectar en su equipo todos aquellos factores de los que carecía: uso aseado de la pelota, salida de balón, orden y concierto y un modo menos rígido de entender el fútbol sobre la marcha, al mismo tiempo que se suceden los acontecimientos. Morán, en este sentido, fracasó. Quizá se le hizo grande la tarea. O acaso sea que no está preparado para asumir una responsabilidad de tal orden. Sea como fuere, el cambio no produjo los provechos que pretendía Popovic y que también se rezan en el patrón de conducta más o menos normal con estas piezas.


Desde la perspectiva que ofrece el resultado, habría que decir que el cambio fue un intercambio de cromos. Poco más. El Real Zaragoza no mejoró. El paso del balón por el centro del campo no tuvo fluidez. Sólo en los primeros minutos de la segunda mitad se vio sobre el césped un Real Zaragoza más incisivo y animado. La oportunidad más clara la construyó Hinestroza, que, algo escorado, no encontró ni el momento ni el ángulo para disparar a quemarropa.


Terminó por ceder el balón a Aria. La pelota del japonés lo sacó sobre la raya de gol Unai García. Hinestroza amenazó con dos disparos más, ambos lanzados desde dentro del área navarra. El segundo de ellos llevó intención; pero sólo eso. Careció de la precisión necesaria para encontrar la escuadra del palo largo de la portería defendida por Nauzet.


Esos episodios, sin embargo, no tuvieron continuidad. A Martín Monreal, entrenador de Osasuna, le costó un suspiro entender la fórmula de la vacuna. Paró el partido. Metió el encuentro en una especie de congelador a base de cambios. Llevó a efecto las tres permutas que le permite el reglamento de manera seguida, sin esperar a ver qué decían más acontecimientos. Su objetivo era parar el ritmo, meta que logró con creces.


Cuando el Real Zaragoza quiso volver a esa senda, ya no encontró el camino. Se perdió de nuevo en los pases imprecisos, en un torpe manejo de la pelota y en una inexplicable inconsistencia táctica, cuya base descansaba en una insoportable sucesión de errores individuales.


Popovic, en todo caso, siguió moviendo el banquillo, como quien frota la lámpara mágica, a la espera que de allí surgiera algún mago. Evidentemente, Ortuño y Jorge Díaz no lo son. La salida prematura de Ángel del encuentro predispuso a La Romareda, que no entendió el porqué de su marcha. Estaba cantado que de no mediar una reacción radical Popovic estaba situado de nuevo en el foco de la crítica.


Mientras tanto, Martín Monreal dispuso a su equipo para cerrar definitivamente el partido. Dejó a Nino solo en punta y pobló el centro del campo y la defensa. Contra ese muro se estrelló el Real Zaragoza cuantas veces acudió a percutir contra el mismo. Era cuestión de que fueran cayendo los minutos para ver al Osasuna vencedor y al Real Zaragoza fundido en sus propios deméritos.


La afición de La Romareda hizo sonar pitos contra el entrenador según el colegiado, Valdés Aller, decretó el fin del choque. Al mismo tiempo, quedaba abierta una crisis seria en el seno del equipo aragonés. Aquel conjunto dinámico e interesante que se vio contra el Almería en La Romareda ha quedado borrado del mapa. El Real Zaragoza se ha descompuesto. En este momento no es el que era al comienzo de la campaña. Los dos encuentros disputados de forma consecutiva en casa no lo han elevado a lo alto de la clasificación, sino que lo han conducido a una situación compleja.

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