Pioneros en Alcañiz

Luis Aperte, Julio García Delgado y Antonio Sabater protagonizaron, hoy hace 50 años, la primera carrera de velocidad en el mítico circuito de Guadalope en Alcañiz.

Julio García Delgado, Luis Aperte y Antonio Sabater, con el trofeo de la primera prueba disputada en el circuito de Guadalope.
Julio García Delgado, Luis Aperte y Antonio Sabater, con el trofeo de la primera prueba disputada en el circuito de Guadalope.
oliver duch

En un lugar de Aragón, cuyo nombre es Alcañiz...". A Luis Aperte le brillan los ojos cuando inicia el relato –inspirándose en la inmortal novela de Miguel de Cervantes– que protagonizaron unos "locos enamorados de los coches". Un 11 de septiembre de 1965, sábado, la ciudad celebraba sus fiestas patronales en honor a la Virgen de los Pueyos y Santo Ángel Custodio. Día grande con una cita estrella en el programa de festejos: la I Prueba Automovislítica Virgen de los Pueyos. El título aparece grabado en una placa que viste una sencilla copa de alpaca que sujetan con orgullo, como hace 50 años, Julio García Delgado, Antonio Sabater y el propio Aperte, pioneros en un acontecimiento que transformó la capital del Bajo Aragón en el escenario de la más apasionante aventura que encumbró a ilustres automovilistas.


Quizá la crónica de las bodas de oro del mítico circuito urbano que adoptó el nombre del río que lo baña, el Guadalope, y de las carreras que alcanzaron rango internacional, habría tenido otro desarrollo si no hubiera cobrado protagonismo un enamorado del motor, que revolucionó Alcañiz convirtiéndola en el Montecarlo de la Fórmula 1. "El doctor Joaquín Repollés hizo realidad su entusiasmo por el automovilismo. Fue un incansable luchador por la celebración y autorización de licencias oficiales para hacer realidad este proyecto", evoca Luis Aperte ‘El Santo’, su nombre de guerra entonces al volante, memoria viva de aquel primer podio en la categoría ‘Turismos Mejorados’. Fue segundo con un Alpine-Renault 1.300.


Unos meses antes, Repollés, médico en Alcañiz, acudió a la Federación Aragonesa de Automovilismo, que presidía Pelayo Martínez, otro loco del asfalto, con un ilusionante proyecto en el que se dibujaba una ‘cuerda’ de 3.890 metros. "El circuito estaba en la calle y Repollés enseguida lo visualizó. Era un hombre muy tenaz. Empezaba a resurgir el automovilismo en Aragón tras la guerra. Entonces corríamos carreras de regularidad cronometradas y la del Guadalope era la primera de velocidad a la que nos enfrentábamos los pilotos. Fue una revolución", rememora Antonio Sabater, campeón ese día en la categoría ‘Turismos Normales’ con un Seat 600 D.


Repollés hizo una visita en Zaragoza al Moto Club de Aragón, lugar de cita obligada, desde los años 20, de los amantes de la competición de dos y cuatro ruedas. Valero Echegoyen, Jesús Casamián, José Luis Sañudo, Jaime Balet, Pelayo Martínez, Ramón Citolet, Ruiz Artajona, Manuel Osés… eran los ‘gurús’ del motor. La ilustre entidad, junto con el Moto Club Turolense y el Ayuntamiento alcañizano organizaron la carrera con un presupuesto de 57.000 pesetas.


Pero faltaba salvar el último escollo. El Real Automóvil Club de España (RACE) no aprobaba el reglamento planteado. "Tuvimos que improvisar y mentir un poco", admite Julio García Delgado, que ese día no se subió al volante de su joya más preciada, un Pegaso, que en 1966 fue la última vez que se pudo ver rodar en el Guadalope. Tenía una excusa poderosa: "Hubiera participado y les hubiera ganado a todos, pero me casaba a los tres días y Pelayo Martínez me puso de director de carrera. Estaba muy asustado porque no pasara nada ya que mi firma estaba en todos los papeles. Solo rezaba para que todo fuera perfecto", relata.


Los promotores presentaron un escrito como si de una competición de regularidad (dar todas las vueltas a una velocidad marcada de antemano) se tratara. El truco consistió en poner un promedio muy alto, lo que la convertía en una carrera de velocidad. Y funcionó.


El propio delegado territorial del RACE, Pelayo Martínez, pese a las reservas iniciales como responsable deportivo, se presentó bajo el pseudónimo de Favila. Una costumbre entre los pilotos de entonces: Luis Aperte adoptó El Santo por la película; Antonio Sabater era llamado Lapicero –"no hubo que pensar mucho, mi padre tenía una fábrica de lapiceros", observa–; el carácter guerrero de Aquiles encajaba en el perfil de Julio García Delgado...


La vuelta inaugural al circuito Guadalope la dieron las reinas y damas de honor de las fiestas a bordo de un Rolls Royce de 1928. Eran las seis de la tarde. "Salimos al estilo Le Mans: los coches en batería y los pilotos enfrente. Cuando dieron el banderazo de salida, todos volamos a meternos rápido en el coche", narra Aperte. "El Nardi (1.000 GT) de Favila se puso primero. Yo salí en cuarto lugar y a la tercera vuelta ya estaba segundo detrás de Pelayo Martínez –mi rival en la carrera y mi amigo fuera de ella–. Hice lo posible por pasarlo, pero cuando faltaba poco para terminar noté que el coche no frenaba bien, lo que provocó que se calentaran Así que decidí ir detrás de él", amplía Aperte.


El primer viraje a la derecha era el temido ‘embudo’. Era un punto emblemático y el preferido por el público. "No había salidas ni escapatorias. El presupuesto era muy justo y no llegaba para medidas de seguridad. Unas pocas alpacas delante de los postes de luz y en las zonas más peligrosa. Los guardarraíles no existían, se colocaron más tarde. Pero no intimidaba el miedo", reconoce García Delgado. A su lado, Antonio Sabater prosigue con la crónica. "No entrenamos nada. Conocimos el circuito a cada vuelta y, al final, completamos las dieciséis previstas (62,400 kilómetros) de una forma mecánica. Estabas tan concentrado en el volante que no te daba tiempo de fijarte en nada. Yo estaba preocupado por la temperatura del motor y del aceite", completa el campeón de Aragón de conductores de rallys en 1969 y habitual en las carreras nacionales. La curva de la Monegal, la del puente, el puente de Zaragoza, la subida del corcho, la curva del Hospital...


"En la recta de llegada a la meta, había un convento de monjas, que aplaudían entusiastas", añade Aperte. "Estaban todas las calles de Alcañiz abarrotadas de gente, la afición era grandísima.", amplía García Delgado. La noche abrazó a los protagonistas. Los focos de los coches iluminaron las caras de alegría de los pilotos. "Es un sentimiento de nostalgia impresionante, 50 años de aquella primera carrera... Tengo flashes, imágenes de un día irrepetible, en un circuito único. Fuimos pioneros en el Guadalope.Hicimos algo grande en Aragón", concluye Sabater.

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