Seis vidas truncadas, tres en una misma familia, con numerosos lazos en común

Todos los fallecidos eran muy conocidos por los vecinos de Casetas y Utebo, donde vivían la mayoría de ellos, así como en el barrio rural de Garrapinillos.

La tragedia de la Pirotecnia Zaragozana ha truncado seis vidas que, además, mantenían numerosos lazos en común entre ellas. En su mayor parte eran vecinos del zaragozano barrio de Casetas, que ha sufrido especialmente sus pérdidas. Se da la circunstancia de que dos de los fallecidos, Javier Vives y su mujer, Carmen Rodríguez, ambos de 56 años, eran a su vez cuñados de Mª Carmen Romero, de 54, otra de las víctimas mortales y cuyo marido, hermano del primero de los tres y al parecer empleado de la misma planta, ese día no había ido a trabajar.


Todos ellos eran muy conocidos en el barrio. Al igual que ocurría con Carlos Comas, que tenía 46 años y cuya mujer y cuñada seguían ingresadas ayer, la primera de ambas muy grave, en la UCI del hospital Miguel Servet de Zaragoza. La tragedia también se ha cebado con esta familia de Casetas, cuyos allegados ayer apenas podían explicarse lo sucedido mientras asimilaban las noticias. Gregorio Royo, de 53 años, y Juan José Lapuente, de 58, completan la lista de fallecidos. Los dos dejan familia e hijos.


El estado en el que quedaron los cuerpos y el complejo proceso de identificación hace imposible que ya se haya podido fijar cuándo tendrán lugar los correspondientes funerales. A lo largo del día de hoy podría abrirse el primero de los velatorios, de Mª Carmen Romero, la única de las víctimas que ayer había sido identificada, informaron fuentes de la funeraria que se hace cargo de este proceso.

Una circunstancia fatal

Romero, según relataron fuentes vecinales en Casetas, ha estado ligada toda su vida a este barrio rural, aunque ahora viviese en una urbanización que administrativamente pertenece a Utebo. Allí, Ana María, la vecina que comparte casa con esta familia, afirmó con lágrimas en los ojos que compartía, además, amistad con ella. "Era muy buena persona", añadió.


Todos los testimonios recabados en Casetas hablan de Javier Vives y Carmen Rodríguez en simbiosis: "Eran un matrimonio muy unido y siempre les veías que iban juntos a cualquier sitio. Podías encontrártelos haciendo ‘footing’, de la mano por la calle o tomando algo", afirmaba ayer José Luis, uno de los vecinos del barrio. No en vano, algunas fuentes consultadas aseguran que el hombre había corrido incluso medias maratones y que era muy deportista.


Ambos se dejaban ver por varios de los bares más reconocibles de este barrio rural, como Vinos Chueca, la cafetería Pirineos o El Mesón de Yoli. En todos ellos, les recuerdan como clientes amables y cordiales, que no dudaban en hacer vida social. "Habían sido abuelos hace poco, los dos muy jóvenes, y estaban muy contentos. Venían a menudo desde hace años", afirmaron los responsables de uno de estos establecimientos.


Carlos Comas vivía junto con su mujer y sus dos hijos de 7 y 15 años en pleno centro de Casetas, junto al parque Ricardo Mur. Carlos era muy conocido en el barrio rural, ya que colaboraba con la comisión de fiestas en la organización de las tracas de fuegos artificiales. Su familia es muy extensa –deja nueve hermanos, algunos de los cuales regentan negocios como una floristería– y conocida. Miguel Márquez, uno de sus sobrinos, apenas encontraba ayer explicación a lo sucedido. "Es muy duro", acertó a decir. Sus vecinos describen a Carlos como un tipo "normal, familiar y centrado en su trabajo, además de cuidar su huerto", situado en las inmediaciones de Casetas. Pertenecía a la peña de San Miguel. Encargado de viajar con la pirotecnia, cuando estaba en casa trataba de disfrutar al máximo de su familia.

Entre Garrapinillos y Casetas

Gregorio Royo era natural de Garrapinillos pero vivía desde hacía más de veinte años en Casetas. Casado y con dos hijos, su mujer está ingresada desde hace una temporada por problemas respiratorios y, por ello, quienes lo conocían aseguran que "hacía mucha falta en casa", afirmó José María Enguita, amigo de uno de ellos. "Era muy querido, trabajador, luchador y buena persona", apuntaba ayer el hombre.


En la cafetería Los Pirineos, donde acudía frecuentemente a comer, también lo conocían. "Goyo era una persona maravillosa. Teníamos muy buena relación", señalaba Miguel Ángel Pinilla, propietario del establecimiento. Además, también era conocido por su faceta artística, ya que tocaba la trompeta en la charanga de la peña El Cachondeo. Algunos de los vecinos lo saludaban cada vez que la furgoneta de transporte de la empresa dejaba a los empleados de este barrio rural en las inmediaciones de la casa cuartel.


Juan José Lapuente llevaba 24 años en la Pirotecnia Zaragozana y, al parecer, estaba cerca de jubilarse. El hombre había sido abuelo recientemente y tenía dos hijos, una de ellas muy conocida por estar implicada en numerosos proyectos sociales del barrio rural.

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