Ruth Beitia, una reina sin corona
La saltadora cántabra acaba quinta y Bragado, noveno en 50 km marcha en su 12º Mundial con 45 años.
Ruth Beitia, que fue quinta en una durísima final de salto de altura en la que seis atletas, ella incluida, superaron el 1,99, se marchó "triste y con mal sabor de boca". Estaba convencida de que podía haber hecho más, como las tres medallistas que sí pudieron con el 2,01 (altura que la cántabra sí superó en el Europeo de Zúrich hace un año): la elástica Maria Kuchina, campeona porque llegó sin un nulo antes de caer, como las otras, en 2,03; la rediviva Blanka Vlasic, plata después de estar sin oler los trofeos desde 2011 por una lesión reincidente, pero que recuperó su capacidad competitiva e intimidatoria; y Anna Chicherova, la líder del año, que se conformó con el bronce.
La flaquísima Beitia, que compitió con cerca de 70,8 kilos, uno menos que el año pasado en Zúrich, volvió a tropezar contra los dos metros, el coco que creía haber ahuyentado definitivamente. Y encima se encontró con unas rivales crecidas, como Kuchina, quien, curiosamente, no pudo con una altura casi ridícula, 1,77, en el Europeo sub 23. Por suerte, el atletismo le va a conceder el 11 de septiembre una revancha en Bruselas. El Memorial Van Damme es el final de su prueba en una Diamond League en la que espera convertirse llega líder en la primera española de la historia en conquistar esta competición.
El marchador madrileño, un reloj, hizo la mínima para Río al entrar en la meta, todo un prodigio de fiabilidad, un segundo más rápido (3h46.43) que en el Mundial de Moscú hace dos veranos. Chuso García Bragado debutó en un Mundial en Stuttgart hace 22 años. Allí se proclamó campeón pese a dormirse y no desayunar, naciendo la leyenda del hombre de mármol, el atleta irreductible que no cede ni a la edad y que amenaza con no retirarse.
Por eso sigue sumando récords, como sus 70 salidas en una prueba de 50 km marcha que ha acabado 58 veces. Después de ese oro en Stuttgart llegaron dos platas y un bronce. El abuelo del Mundial, 29 años más viejo que el japonés Sani Brown, que, con 16 años, es el benjamín, no se cansa. "Las ganas de entrenar no las ha perdido", advierte.