La Universidad busca reconstruir las antiguas bibliotecas que alimentan su fondo histórico
En la descripción de cada ejemplar se especifica el nombre de su anterior propietario.
Algunos libros tienen marcas o firmas que facilitan esta información.
En la catalogación de este patrimonio 30.000 ejemplares fechados hasta 1850, que se conservan, de forma temporal, en la biblioteca María Moliner, en el Campus de San Francisco se ha incluido un apartado para especificar al antiguo poseedor, siguiendo una recomendación de la Red de Bibliotecas Universitarias.
Los nombres de las personas o instituciones que constan como anteriores dueñas de los libros se identifican con la abreviatura ant. pos. y facilita localizar el número de libros que en su día donó. "A medida que vamos catalogando nos damos cuenta de si aparece alguna indicación al respecto, y la hacemos constar", apunta Miranda. Un exhaustivo trabajo en el que destacan tres universidades españolas, pioneras en este campo: la Complutense y las de Barcelona y Salamanca.
En las páginas de los libros, generalmente en el reverso de la cubierta o en la portada, aparecen, en ocasiones, unas marcas de propiedad, denominadas ex libris, que permiten conocer a su anterior dueño. "Hay muchos tipos diferentes valora Julia Martín del Fraile, especializada en fondo antiguo, como etiquetas o sellos". También se conservan firmas manuscritas, que aportan una información relevante para conocer más y mejor un libro que, además, pudo pasar por diferentes manos.
Entre los principales donantes de fondos a la colección de la Universidad de Zaragoza figura Rosa Berné y Cebrián. "Van apareciendo ejemplares donados pero, hasta el momento, tenemos registrados 92", explican Miranda y Martín, las dos profesionales que se encargan de este patrimonio. En las etiquetas se puede leer que ella efectuó la donación "de la librería de sus hermanos, el abogado Pedro y el catedrático de leyes Manuel, en 1837". Gracias a su aportación, la Universidad dispone de Aganipe de los cisnes aragoneses, de Juan Francisco Andrés de Uztarroz, poeta e historiador zaragozano del siglo XVII, "una de nuestras joyas".
Entre las piezas más queridas de la colección figura Thesaurus hispano-latinus, de 1746, que "pasó por las manos de Ignacio de Asso, dentro de las vicisitudes del libro. Es importante porque, a su muerte, su biblioteca se deshizo y no se sabe dónde está". De hecho, de aquella colección, la Universidad solo dispone de uno, que le llegó a través del convento de San Ildefonso de Zaragoza.
"Hay que tener en cuenta la dificultad de descifrar, en algunas ocasiones, las notas manuscritas, porque están escritas en latín o con letras antiguas o abreviaturas". Tanto Paz Miranda como Julia Martín coincidieron en que "no solo entraña dificultad leer bien el texto, sino luego identificar a los personajes, ya que pueden ser desconocidos". "Es un trabajo muy laborioso", añadieron que, por otra parte, aporta valiosa información sobre la posesión, uso y lectura de estos antiguos ejemplares.