Muere Eduardo Acón, presidente del Club Balonmano Aragón
Falleció ayer tras varios meses de lucha contra una grave enfermedad. Dirigió la entidad durante el último año, manteniéndolo en la élite española.
Tenía 59 años Eduardo Acón. Amaba a su familia. Lucía las camisas que le compraba su hija, María, y que le planchaba con tanto amor su mujer, Montse. Quería a sus hermanos, Antonio y Emilio. Pero su círculo de cariño no quedaba aquí, porque es muy difícil no querer a alguien que se entrega con toda su alma. Resulta paradójico cómo una persona que no tenía ningún interés en ser otro para agradar a nadie fuera capaz de reunir tantos y tan buenos amigos. Quizás fuera por eso. Porque Eduardo Acón no era postizo, porque era verdadero.
Jugó en Maristas. Y allí entrenó a la fantástica generación del 69, la de Javier Cabello y Óscar Mainer. Después de ganarlo todo en Aragón, de poner contra las cuerdas al mismísimo Barça de Barrufet, dejó los banquillos, aunque Eduardo nunca se fue de Maristas porque se sentía marista. Defendía las enseñanzas que allí recibió, la disciplina de Carlos Polo, Luis Pedrero y José María Martínez. Las consideraba esenciales y las trasladaba a la vida, siempre tan cercano a Alberto Arruga, a Arturo Almuzara, a Fernando Bastardés, a Juanjo Moneva, a Paco Lázaro.
Era un hombre de fe. Aragonés y español. Y católico, muy católico. Hermano de la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén. Hermano de verdad. Tanto como que no le iba la palabra amigo. Le gustaba más hermano. Porque Eduardo a sus amigos les llamaba hermanos. Y hermanos suyos eran José Luis Melguizo, Raúl Falo, Raúl Aznar, Antonio Sebastián, Juanjo Lapuente, Paco Artal, Jesús Asín, Míchel Velasco, Luis Arilla, Gonzalo Chaure...
También le molaban los toros. Ratos inolvidables con Raúl Aranda, con Antoñín Castilla... Llegado un momento, Eduardo quiso dejar de ver los toros desde la barrera y saltó al ruedo. Como siempre, dando la cara. Como siempre, al rescate. Fue hace justo un año. Agonizaba el BM Aragón, solo sostenido por Óscar Mainer. Si sus amigos eran hermanos, sus exjugadores eran hijos para Eduardo. Mucho más Mainer, el niño de sus ojos, el chavalito que sacó de los patios de Maristas y que un día fue campeón de Europa con el Portland San Antonio de Pamplona.
Cuando todos se habían ido, cuando de nada se podía ya fardar, apareció Eduardo Acón en el BM Aragón hace justo un año para demostrar a España entera cómo se puede hacer un equipazo sin un duro. No había ni jugadores. Lo perdieron todo en la primera vuelta. Estaban desahuciados en diciembre. Pero Eduardo jamás se rindió. Acón no perdía, a Acón había que ganarle, que parece lo mismo pero no es igual. Continuó luchando hasta el final junto a Vicente Gracia Forcén, a Carlos Abadía, a Jesús Roc, a Maite Escuer, a Javier Casas...
Su última aparición pública fue el pasado 16 de julio en la Asamblea de la Asobal. Antes había logrado reunir a todas las familias del balonmano aragonés (Corazonistas, Dominicos, Moncayo...) para trabajar de la mano para que en un día no lejano el equipo esté edificado por aragoneses: por el hijo de Moneva, por el hijo de Sebas, por Ariño, por el Del Valle pequeño... Todos formados sobre el canon de Amadeo Sorli, su modelo como jugador y persona. Eduardo ya estaba muy enfermo. Desde hace días, la bufanda del BM Aragón cubría a la Virgen del Pilar en el Café Trápalas, allí en la calle Mayor, donde tan buenos ratos hemos pasado hablando de cofradías, de balonmano, de hermanos, de la vida, con Eduardo Acón. Eduardo, se nos ha hecho tan corto...