Una ciudad conquistada por la música y la alegría desbordante

La ley del peñista se ha impuesto en Teruel hasta mañana lunes. Las calles son una marea humana ávida de fiesta y diversión que va de verbena en verbena.

Una charanga recorre el Centro Histórico seguida por los peñistas.
Una charanga recorre el Centro Histórico seguida por los peñistas.
jorge escudero

Piel tiznada de colores, pelo pringado de bebidas múltiples, camiseta morada hecha harapos, pantalones arremangados y cachivache en la mano tipo pistola de agua o similar. Este era ayer tarde el uniforme que exhibían miles de jóvenes y no tan jóvenes por las calles de Teruel apenas dos horas después de que hubiera estallado la fiesta en la plaza del Torico.


La marabunta de personas que jaleó hasta el éxtasis a los dos peñistas que pusieron el Pañuelo al astado de bronce se dispersó por todo el Centro Histórico convirtiendo a Teruel en una ciudad conquistada por la alegría desbordante, la música a muchos decibelios, la despreocupación y la desinhibición. Así es la ley del peñista, que se ha impuesto y permanecerá hasta la medianoche de mañana lunes, último día de Vaquilla.


La Fuente Torán, en el barrio del Ensanche, era ayer una improvisada zona de baño en la que mucha gente trataba de apagar la sed y borrar de su atuendo las marcas del desenfreno vaquillero. "Hace mucho calor; es necesario recurrir a una fuente", explicaban Luis Miguel Sabio y Mónica Delgado, dos jóvenes de Andorra que, como el resto de su pandilla, tenían pensado dormir en el coche, si es que duermen.


En la plaza de Goya, sede de la peña El Chasco, una marea humana agitaba los brazos al ritmo de una música moderna que retumbaba entre las paredes de las casas. "Esta es mi fiesta favorita de todo el mundo", aseguraba un joven de Zaragoza, Christian Andrade, subido a la acera para evitar pisar el río de agua y bebida que corría por el suelo. En un cartel se indicaban los precios de la barra de bar. Una cerveza, dos euros; un combinado, cinco.


En la Ronda de Ambeles, cuartel general de El Ajo, una de las peñas más multitudinarias, la gente salía con el rostro irreconocible, después de haberse tirado por encima bolsas enteras de polvos de colores que se vendían a 5 euros cada 3 paquetes. "Ha sido una batalla campal maravillosa. Esta fiesta es genial", explicaron las hermanas Sara yMarta San Andrés –de Camarena de la Sierra– con la cara pintada de rosa, azul y naranja. Junto con otras amigas, alquilan cada año un apartamento para no perderse La Vaquilla. A pocos metros, otro joven venido de Sevilla, Javier Gámez, con el pelo teñido de rojo, no ocultaba su sorpresa ante la intensidad con que se vive la fiesta. "¡Qué buen rollo hay aquí!. No conozco nada igual y pienso volver", exclamó.


En poco rato, el pavimento de las calles de Teruel, a fuerza de caer sobre él restos de todo tipo de bebidas, se había cubierto de una capa viscosa de la que costaba levantar el pie. Difícil salir indemne de un escenario en el que la cerveza y los licores corren literalmente por el suelo y sobrevuelan las cabezas. "No pasa nada. Solo son unos días", afirmaba un joven de Tauste (Zaragoza), Ramiro Ansó, que bailaba en la verbena que Los Bohemios organizó en La Glorieta. Impactado por la invasión festiva aseguró que La Vaquilla "es lo más, algo genial que no he visto en ningún lugar". Otra joven, Cris Piqué, de Barcelona, no ocultaba su entusiasmo. "Esto es una pasada. La gente es superagradable y hay mucha libertad".


La música no está solo en las peñas. La charanga Kambalache, de Cella, llenaba de melodía el viaducto Nuevo seguida por decenas de peñistas de Los Sordos al paso vaquillero, la única forma de resistir hasta el lunes. "Hay días que trabajamos 12 horas, pero vale la pena; la gente le pone mucha ilusión", explicó el trompeta Javier Martínez.

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