Juan Cruz: "tengo un gran interés por los otros"

Publica 'Toda la vida preguntando' (Círculo de Tiza), 30 diálogos con escritores desde Pablo Neruda, en 1970, a Günter Grass, en 2015.

Juan Cruz, bajo un cuadro de su admirado Domingo Pérez Minik.
Juan Cruz: "tengo un gran interés por los otros"
Gorka Lejarcegi.

Juan Cruz es curioso, inagotable, hiperactivo. El periodismo le ha interesado desde niño. Recibió el Premio Nacional de Periodismo Cultural 2012. Publica ‘Toda la vida preguntando’ (Círculo de Tiza. Madrid, 2015. 415 páginas), 30 diálogos con escritores:desde Pablo Neruda, García Márquez o Vargas Llosa (que firma el prólogo) a Delibes, Muñoz Molina, Marías o Günter Grass, con quien conversó antes de su muerte, en abril de 2015.


¿Cómo se hace una entrevista? ¿Cuál es el lugar del entrevistador?

Una entrevista se hace con curiosidad e intensidad; uno es el que escucha, ese es el lugar que ocupa el entrevistador. Si no escucha, todo se le pasa y él se convierte en un cuestionario, no en una persona.


Dice García Márquez que "el periodismo es el deslumbramiento de la noticia". Y usted afirma que la entrevista es el género más interesante... ¿por qué

Porque te permite aprender trabajando; no hay nada más gratificante que saber que no sabes gracias a lo que sabe el otro. El entrevistador es un discípulo permanente y total, porque además debe simular que no sabe nada para que el otro se suelte con más gallardía e interés.


¿Cuál es la clave para titular una entrevista? ¿Hay una regla de oro o varias que pueda decir o sugerir aquí?

La regla de oro es asombrarse o sorprenderse mientras ocurre la entrevista. Para eso no solo hay que estar atento a la palabra sino al gesto; el entrevistado también ha de alumbrar con su mirada el titular. Y el titular ha de ser conciso y directo, no metafórico.


¿Por qué y para que se entrevista? ¿Para saber más, para descubrir, para confirmar lo que sabíamos o, citando al Nobel Le Clèzio, porque "tengo más interés por los otros que por mí"...?

Creo que Le Clèzio da una buena clave. En mi caso, yo tengo un interés grande por los otros; no hay que simular el interés, pero sí hay que actuar un poco. Por ejemplo, si Manuela Carmena, tan notoria política ahora, te dice en el curso de una entrevista que ella no tiene interés en la política, tú tienes que hacer una pregunta de asombro, no vale que sólo pongas cara de asombro. Tienes que decir "¡¿Cómo?!" para que ella elabore. El lector eres tú, y has de representar al lector en todos los tramos de la entrevista. Tú no la haces (solo) para saber tú, sino para que sepa el lector. Si das por supuestas algunas cosas el lector se quedará sin saber qué sabe el entrevistado, de sí mismo o de la vida o de la ciencia, etcétera.


Le pregunta a Günter Grass cómo se sale de la guerra. ¿Cómo se sale de una entrevista?

De la entrevista tienes que salir satisfecho, creyendo que has hecho la mejor entrevista posible. Si te vas frustrado, eso se notará en lo que publiques, el lector (ocurre) se quedará sabiendo que tú no has logrado hacer bien tu trabajo. Y será culpa tuya, no del entrevistado.


Dice: "Preguntar es aguardar el conocimiento ajeno". ¿Qué ha aprendido a lo largo de más de medio siglo y de quién?

De Julio Caro Baroja, su carácter genuino, no pretendía nada; de Neruda, cierto cinismo tierno; de Grass, que era un niño gruñón que no quiso crecer en realidad; de Doris Lessing, que era una persona sin ego, y que eso le llevó a escribir de sí misma con indiferencia, y de los otros con compasión; de Susan Sontag, que era un ego inmenso y vulnerable que lloraba sola; de Vargas Llosa, la fuerza de la vocación; de Amin Maalouf, la soledad de un país... ¡He aprendido tanto, tanto! Ahora mismo, mientras te respondo, me siento aprendiz de todo recordando.


La primera entrevista del libro está fechada en 1968 y fue a Julio Caro Baroja. Su madre le regaló un traje. ¿Cómo lo recuerda todo: el esfuerzo de su madre, el aspecto del traje, al sabio que le dijo: "Está escribiendo usted más que ‘El tostao’"?

Es que siempre fue así: siempre que he ido a una entrevista, aún hoy, voy con la ropa que me compró mi madre, con el aire adolescente que tenía, con el cuaderno, con la curiosidad, con la sensación imborrable de que lo voy a hacer fatal. Luego salgo contento, pero la preparación es un martirio, porque no consiste solo en la preparación de un índice de palabras claves, sino que consiste en imaginar cómo debo comportarme. En el caso de J. K. Rowling, una de las entrevistas de las que me siento orgulloso, me abrió el carácter de aquella mujer compleja y difícil, encerrada, un queso de Cabrales que me aconsejó que le llevara Graciano García, el director entonces de la Fundación príncipe de Asturias.


¿Qué impresión le causó, en 1970, el poeta Pablo Neruda a su paso por Tenerife?

Me pareció un hombre aniñado, a pesar de sus años, que le consultaba todo a Matilde Urrutia, su bellísima mujer; al bajar de cada escenario, como canta Enrique Urquijo, todos los genios son cotidianos, e incluso vulgares. A mí Neruda me pareció un gran hombre, de pie, hablando, pero lo vi caminar, la enfermedad lo convirtió en un anciano; ahora que lo recuerdo me pareció que me entraron ganas de ayudarle a cruzar las aceras; en un segundo determinado de aquel encuentro lo sentí como a mi abuelo.


¿Quiénes lo intimidaron más: Susan Sontag, Umberto Eco, la primera entrevista con Günter Grass...?

Susan Sontag, porque ella quería intimidar. Günter Grass era muy profesional respondiendo, muy serio; y Umberto Eco era muy eficaz, genial, uno de los mejores entrevistados que he tenido.


Miguel Delibes le dio un titular inesperado: "Me cansa pensarme". ¿Cómo son los escritores, hay rasgos comunes que tenga la sensación de que los tienen todos?

Sí, la inseguridad, ese cansancio de sí mismos los hace humanos, y no todo los tienen. Lo tenían Onetti, Rulfo... Borges, por ejemplo, estaba feliz de vivir, de saber, quizá sea el escritor más risueño y vital que encontré. La inseguridad los marca, así es la vida: algunos, como Carlos Fuentes, parecía tan seguro, tan aplomado, y sin embargo sabía que había cosas que le podían dañar el día. Él no lo reconocería, pero eso pasaba. De todos los que conocí, el uruguayo Onetti fue el que menos en serio se tomaba a sí mismo. Y era muy serio, tenía una gran calidad humana, era muy generoso, pero no lo andaba pregonando. No pregonaba nada, en efecto.


¿Qué ha captado, en estas 30 entrevistas, de lo que usted mismo llama "la cocina de los escritores"?

Que una pregunta sencilla desata más neuronas, más inseguridad, que una pretendidamente pregunta inteligente. Dicha en el momento adecuado, y con la entonación adecuada, "¿cómo le va?" puede ser mejor que una pregunta sobre la estructura del átomo.


Sugiere que lo peor ante un entrevistado es el silencio. ¿Quién fue el más silencioso, Juan Rulfo tal vez? No sé si el más silencioso o tan frágil como Onetti, tan desamparado íntimamente...

No, Onetti respondía sin rubor, a todo y de la manera más libre que se le ocurría. Y hablaba por los codos. Con Rulfo era diferente: no hablaba, o hablaba con monosílabos; pero lo que decía tenía sentido y era genial; breve pero pertinente. Cuando acabó la entrevista comprobé que no había grabado nada; era como el resultado de un conjuro. Una amiga había grabado también. Por eso existe la entrevista. También se desgrabó sola una con Rafael Alberti. Fatalidades. Ah, con Francis Bacon y con Bergman (que no están en este libro, que es solo de escritores) tuve miedo de que no dijeran nada. Fueron espléndidos.


También asoman el humor y la obsesión. Pienso en esa insistencia de Juan Carlos Onetti en hablarle mal de Julio Cortázar y de decirte qué mal se había portado con el dulce José María Arguedas... ¿Fue una de las situaciones más chocantes?

No, él lo hacía todo muy natural. Le había fastidiado eso, y aunque fue muy amigo de Julio le chocó a él ese desdén parisino y lo dije como si lo hubiera dicho a él. Era muy libre, el más libre y desprejuiciado de los escritores que he conocido.


Doris Lessing le dice: siempre odié a Tony Blair. ¿Cuáles son las confesiones que más le han sorprendido o conmovido? ¿Quizá la declaración de amor más allá de la muerte de Fernando Vallejo a su hermano muerto, Darío, o de su enemistad con su madre?

Fernando Vallejo es un entrevistado fantástico; es totalmente serio, te dicta las respuestas como si hablara con el más allá. De Doris Lessing me resultó fascinante su sencillez. Se parecía a mi madre en eso, y en el modo de hablar de su hijo.


El Nobel Le Clèzio le dijo: "No voy a borrar ninguna palabra de lo que escribí entonces". Y usted, ¿borraría algo, preguntaría algo que no te preguntó entonces?

Si, borraría impertinencias, cosas que no debí preguntar, momentos en los que fui excesivamente prolijo, o aquellos momentos en que incurrí en un defecto que odio: igualar mis experiencias con las del entrevistado. Por ejemplo, dice el entrevistado: "Acabo de llegar de París". Y tú dices: "Qué curioso, yo estuve en París la semana pasada". Esas cosas me parecen lamentables, y creo que yo he incurrido en ellas.


¿Se enamora uno de sus entrevistados? ¿Es verdad que estuvo a punto de perder la cabeza por la bella Zadie Smith, ja, ja,?

No, en absoluto; me pareció una mujer fría que estaba más pendiente de la pared de enfrente que de mis preguntas. Lo siento, fue así con la autora de ‘Dientes blancos’.


Penúltimo asunto. ¿Cómo fue, cómo vivió la segunda entrevista que recoges aquí de Günter Grass, un poco antes de su muerte? ¿Es casi una elegía o no?

Es una entrevista que luego se convirtió en una elegía; yo le tengo muy presente siempre; durante meses estuve pensando en él, cómo estaría, qué sería de su salud, de su vida. Y un día le dije a Grita Loebsack, la mujer de Miguel Sáenz, el traductor de Günter Grass al español, si me acompañaba a verlo. Luego pasó lo que sabes que sucedió. Lástima, era un gran hombre, y era, como te he dicho, un niño.


Toda la vida preguntando, como le decía su madre. ¿Hasta cuándo va a querer saber?

Creo que me moriré queriendo saber por qué.