La redención de Cabrera

Ranko Popovic acudió al inicio del entrenamiento a elevar el ánimo y la autoestima del defensor uruguayo, muy afectado por el grave error que originó el gol de Las Palmas.

Secuencia de la conversación que mantuvo Ranko Popovic con Leandro Cabrera al inicio del entrenamiento de ayer, donde el técnico levantó el ánimo del alicaído defensor.
Secuencia de la conversación que mantuvo Ranko Popovic con Leandro Cabrera al inicio del entrenamiento de ayer, donde el técnico levantó el ánimo del alicaído defensor.
Oliver Duch

Leandro Cabrera fue ayer el foco de atención del solidario vestuario zaragocista en el inicio del entrenamiento matinal. El defensor uruguayo, protagonista del enorme error que provocó en el minuto 22 el gol de la UD Las Palmas, fue el único que salió al césped de la Ciudad Deportiva con el rostro serio.


Cariacontecido, con la mirada en el suelo, el charrúa dejó ver desde el primer minuto su bajo estado de ánimo, que contrastaba con la alegría generalizada que reinaba en la plantilla tras el brillante triunfo por 3-1 ante los canarios en la ida de final de la promoción de ascenso. Cabrera aún no había digerido una de sus peores noches como zaragocista, que contrastó con el brillo del resto en el global del partido.


Lele era consciente de su yerro. De su suspenso obligado. De que el cambio que decidió Popovic, apenas en el minuto 26 de partido, lo dejaba en evidencia. Tanto por la magnitud de la pifia, que ocasionó el peligroso gol canario, como por el hecho de que fuese el motivo de tener que cambiar radicalmente el sistema táctico para intentar la remontada, que afortunadamente sí se dio por el acierto del equipo en una noche mágica. En apenas tres días, el sudamericano había pasado de la gloria de su golazo de cabeza en Gerona al fracaso de la comisión de uno de esos fallos que, como el de Whalley una semana antes, dejan marca personal y colectiva.


Ayer por la mañana, Cabrera venía de pasar una de esas noches de fantasmas e insomnio que impiden el descanso a los profesionales del fútbol tras un marro monumental. Y no escondió sus sentimientos.


Ranko Popovic lo vio a la legua. Y no dejó pasar ni tres minutos cuando observó la predisposición afectada del zaguero sudamericano. El preparador balcánico lo sacó del grupo, que acababa de empezar a trotar alrededor del campo. Se lo llevó al centro del terreno de juego, iniciando una conversación privada que los demás colegas –y la prensa allí presente– observaron con interés.


No era una bronca. Todo lo contrario. Fueron cinco minutos de oxígeno puro para el cerebro de Cabrera. El entrenador eliminó de un plumazo cualquier atisbo de duda y culpa en la conciencia del uruguayo. La temporada que, en líneas generales, ha cuajado este jugador en su primer año como zaragocista es, como mínimo, notable. Y el próximo domingo, en el Gran Canaria, Cabrera debe volver a ser ese baluarte decisivo en el juego aéreo, el de las buenas tardes de eficacia en la retaguardia.


A lo largo de la plática que Popovic lanzó a Cabrera pudo verse la evolución del gesto del futbolista. De la seriedad y la mirada perdida, se pasó a la atención máxima al discurso del míster y a la entrada en baza en la conversación. Hablaron a calzón quitado. Sin rodeos. Sin postizos. Y todo acabó con una recuperada sonrisa en el rostro del defensa blanquillo y un par de carantoñas de cariño y respeto entre profesor y pupilo. Ranko Popovic fue central en sus días como futbolista. Y sabe mejor que nadie lo que supone un agujero del calibre del que provocó la duda letal de Cabrera en el balón que le robó David Simón antes de encajar el 0-1.


Popovic no ha permitido que el pesar de Cabrera se retroalimente negativamente en sus introspectivos devaneos de cabeza. Con una charla breve, concisa y sincera, las cosas vuelven a estar en su sitio.

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