Samanta Schweblin retrata a personajes acorralados que querrían vivir otra vida

La escritora argentina ganó el Premio Ribera del Duero de narrativa breve con ‘Siete casas vacías’ (Páginas de Espuma), una mirada inquietante sobre la locura, la anomalía y el sueño.

Samanta Schweblin, ensalzada por Vargas Llosa, presentó ayer su libro en Los Portadores.
Samanta Schweblin, ensalzada por Vargas Llosa, presentó ayer su libro en Los Portadores.
Guillermo Mestre

"Para mí la literatura es el libro para dentro", dice Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), que está viviendo días muy agitados: lleva nueve de promoción de aquí para allá, de ciudad en ciudad, de hotel en hotel y de paso por la Feria del Libro de Madrid, "donde todo fue muy bien", tras haber ganado el Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero con ‘Siete casas vacías’. Se trata de una colección de siete relatos de "personajes acorralados" que se enfrentan al poder de los objetos (uno de los más poderosos es tan diminuto como una azucarera) y quizá al deseo de vivir otras vidas, las de sus vecinos, y de habitar otras casas y de saber cómo son los livings y los jardines ajenos.


Hace cuatro años, esta mujer nómada trabajaba en este volumen en Buenos Aires, rodeada de cajas donde embaló sus cosas. Y lo hacía con su "especial cabeza de cuentista". Dice: "Ves el libro, lo lees, y te das cuenta de que cada cuento está escrito de forma distinta, ves la búsqueda, la complejidad, la exigencia de una voz, y, sin embargo, una novela suele tener más bien un único tono".


Va más allá y precisa: "Yo a un cuento le pido que tenga inminencia, energía o tensión, velocidad e impacto o desenlace. ¿Velocidad? La velocidad no es el ritmo ni la aceleración de la acción. La velocidad tiene que ver con el poder de la frase en la mente del lector: habla de las preguntas qué le propone, de los mundos que le sugiere, de un clima de inquietud, del misterio. Eso es algo que me preocupa especialmente. Escribo con la intuición y con la consciencia".


Antes de partir a Berlín, donde lleva tres años trabajando e impartiendo talleres literarios, Samanta Schweblin completó este volumen de seis relatos breves y uno más extenso, casi una novela, ‘La respiración cavernaria’, que es una pieza sobre la vejez, el mal del Alzheimer y el deseo de "abandonar ese espanto: no hay nada más doloroso que no saber quién eres, no reconocer a los tuyos, perder la memoria. Aquí hablo de la  lentitud sin esperanza, del hastío. La asistenta del personaje central le va dejando notas para que no se olvide de quién", señala Samanta y confiesa que el libro tiene poco que ver, en un sentido estricto, con su autobiografía.

La pérdida de la memoria

"Sin embargo, aquí hay algunas claves personales: he tenido muchos familiares que han padecido el Alzheimer. Y me han dejado una huella inmensa. Intento ser contenida, incluso fría en los cuentos, contengo los sentimientos pero al final estallan. Al final y al cabo, la emoción final, explosiva, es algo que busco y que caracteriza mi obra". Quizá hay otro detalle simpático vinculado a su vida: de niña salía con sus padres, en coche o a pie, a ver casas ajenas, su decoración, sus cuartos a través de los cristales. Y eso es el tema de ‘Nada de todo esto’, donde se cuenta la historia de una mujer que conduce con su hijo y se queda varada en un jardín embarrado. "La historia no se queda ahí: quería plantearme qué sucede cuando la intrusa entra en la casa, siente curiosidad por las habitaciones, las explora y la dueña es consciente de lo que está pasando en ese desafío. Esa tensión, ese extrañamiento es clave”.


Clave y perturbador. Al fin y al cabo, Samanta Schweblin admira a Patricia Highsmith, "es un modelo para mí, me fascina ese universo turbio, irreductible, animal, que surge de manera casi espontánea por acumulación de detalles psicológicos, ese clima de terror que parece tan natural".


Lectora incansable de cuentos, aunque también es novelista, un día un amigo se dio cuenta de que la mitad de su biblioteca era de relatos. Y entre sus favoritos figura un cuento como ‘La casa inundada’ del uruguayo Felisberto Hernández, que también era pianista. "Ese cuento me marcó por una razón que está muy presente en el libro: los objetos. Aquí hay muchos. Le digo una cosa: todos son reales, están vinculados a mi vida y explican mi mirada. Le dan peso, espacio y luz a la prosa".


Los objetos crean una atmósfera especial de intriga, de locura, de obsesión o de pura turbulencia. El lector ensancha cada cuento desde el vértigo y el escalofrío.

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