La madre de una familia de tinieblas

Cabaret Voltaire reedita, tantos años después, las memorias de Felicidad Blanc, madre de los Panero.

Felicidad Blanc y su familia: en 'El desencanto' con sus hijos Leopol-do María y Michi. Al lado, con su marido Leopoldo Panero y su hijo mayor Juan Luis.
La madre de una familia de tinieblas
Archivo familiar

La vida de Felicidad Blanc da frío. Evoca estancias desoladas, personajes abismados, palabras que no se pronuncian o se gritan hasta el exceso.


Sus memorias se hacen necesarias tras el estreno del documental de Jaime Chávarri, ‘El desencanto’. El derroche de elocuencia de sus hijos, sus reproches, las versiones casi contradictorias de detalles mínimos convierten a la esposa y madre de poetas en un enigma a lo largo del metraje. Poco después abre la espita de sus recuerdos en una serie de conversaciones que graba y transcribe Natividad Massanés. La edición que acaba de publicar Cabaret Voltaire reproduce el prólogo escrito por la periodista para la primera edición; en él señala las numerosas correcciones que Felicidad hace sobre los últimos capítulos, los años en los que, muerto Leopoldo Panero, sus hijos van tomando las riendas de su vida a traspiés.


Felicidad Blanc se nos muestra en ‘Espejo de sombras’ como una mujer que mira hacia adentro. Sorprende la precisión de sus recuerdos de niñez: sonidos, colores, nombres. Reconstruye minuciosamente un mundo y, en contraste con su pormenorizado relato de infancia y juventud, sorprende su desmemoria en detalles en lo sucesivo, sus silencios.


Su primer domicilio propio tras casarse fue un piso en Ibiza, 35, en el madrileño barrio de Salamanca. De este domicilio cuenta las visitas de Luis Rosales, de Dámaso Alonso, de otros tantos poetas, las frecuentes salidas nocturnas de su marido y su regreso a casa con paso vacilante de borracho. Nos cuenta que por entonces los campos empezaban no lejos de su calle, y menciona a algunos de sus personajes más pintorescos, pero todo lo vive a distancia, como si fuese un eco de lo que oye y no ve ni vive. Habla de Adriano del Valle, vecino del número 34, que llama a gritos a Leopoldo por la ventana, pero no menciona a Plácido Domingo, unos meses mayor que su hijo Juan Luis, vecino del mismo inmueble, que juega en la calle con Fina, ‘Finita’, una de las hijas de Adriano del Valle, y con mi propia madre, a las que se les confía un Plácido unos años menor que ellas. Mi madre no tiene ningún recuerdo de Juan Luis Panero ni su familia. Eran invisibles. Rodeados los Panero de vecinos ilustres: los padres de Plácido Domingo, los Murillo, toreros de renombre en la época, parece que solo la poesía alcance a Felicidad. No se casa con Panero, se casa con su poesía. Durante el noviazgo discute con él con frecuencia, el poeta tiene un carácter desabrido, y cuando la invaden dudas respecto al matrimonio, relee el ‘Cántico’ que él le ha dedicado, y encuentra en sus ecos un amor que no es tangible cuerpo a cuerpo. Confiesa un amor posterior compartido con Luis Cernuda que también rastrea en la poesía, el cuerpo a cuerpo con el poeta es imposible y ella lo atribuye a un platonismo romántico, hoy sabemos que Cernuda buscaba otros cuerpos.


Se rastrean en las páginas de su pasado de soltera y en su vida tras el matrimonio paralelismos inquietantes. Parece que solo los escenarios y el nombre de los personajes han cambiado; que Barbastro, el espacio de vacaciones de su infancia, se trastoca por Astorga y Castrillo; que las aspiraciones y la amargura de su hermano Luis son idénticas a las de su hijo mayor; la locura de su hermana Eloísa, el precedente trágico de la de Leopoldo María.


Nos cuenta un incidente de su infancia que adquiere el carácter de una premonición: "Hay algo que me obsesiona (…) que se me pueda olvidar algo en el colegio, que algo mío se pueda perder allí". Y se convierte en una mujer que no intercambia, que se aferra a un lápiz del que no quería separarse en la infancia el resto de su vida aunque salga ganando en el intercambio, pero también pierde su propio aliento literario. Dieciocho años después de ‘El desencanto’, Ricardo Franco aborda de nuevo a los Panero en ‘Después de tantos años’. Felicidad Blanc ha muerto en 1990. Los hermanos Panero reprochan a su madre un discurso de dicha pretérita, ella habla en su biografía de lo poco duradero de los momentos felices. Muere, y no llegamos a saber por boca de sus hijos su orden de llegada al lecho de muerte, el destino final de las cenizas de esta mujer que se confiesa del siglo XIX, y a la que Leopoldo Panero dice que la ve ya vieja en su juventud.


Solo sabemos que Leopoldo María quiere resucitarla boca a boca y que en todos los vástagos, igual que en su madre, hay heridas y reproches, la búsqueda desesperada de amor, el afán de ser "el favorito", de explicar por el amor recibido o escamoteado la naturaleza de su desencanto.