Sonriendo

De todos los puentes que unen las riberas del gran río que atraviesa Zaragoza, el más antiguo, el de Piedra, dicen que es de origen romano, y llegué a conocer unos pequeños edificios asentados en sus pilastras donde se ubicarían, tal vez, los controles entre ambas orillas. La sustitución de las viejas barandillas y la colocación de unas farolas con aspecto de cerillas gigantes, han enmascarado su vetusto y amable aspecto y conseguido una anodina y ecléctica apariencia.


Cruzar el río por él ya no es, para mí, la magnífica aventura que significaba ir al colegio todos los días, sobre todo en días de cierzo, con el cuerpo encogido, sujetando la boina sobre la cabeza y esperando que la bamboleante barandilla te arrastrara hacia las aguas que parecían esperar, con su enorme y espumosa boca abierta, tu caída.


Esa postura nuestra, ha conseguido que nuestros vecinos y hermanos de Huesca nos llamen cheposos, que maldita la gracia que me hacía entonces. Hoy los comprendo y sonrío su acierto.


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