Anoche

Me llamo Jorge; anoche vi al dragón.


Un día complejo, cargado de asuntos sin aparente solución que apremiaban respuestas inmediatas, mantenía mi mente y todo mi cuerpo en un estado de agitación extrema, excesiva. Envuelto en la tortura de las sombras que la luna proyectaba en la pared de la habitación intentaba atrapar un sueño que huía al compás de los minutos interminables que la soledad de la noche propone. Sobrecogido por el bramido de un río que había borrado las orillas de siempre y amenazaba con derribar la seguridad de los muros de la parcela, cansado y desesperado de sueño salté de la cama y salí al jardín buscando aire o alguna respuesta que diera sosiego a mi penosa vigilia. El agua alcanzaba ya el arrabal del pueblo, anegaba el soto; arrastraba informes bultos, lamentos, troncos y ramas, animales muertos; desconocidas formas navegaban en la penumbra del alba con un brillo de incertidumbre y misterio. Anoche el alma del dragón bajó por el Ebro entre la razón y el sueño


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