El encanto de la vida en la montaña

Siempre quise llevar una vida tranquila dedicada a la lectura, al estudio y a la meditación.


Estas aficiones, unidas a mi falta de interés por las relaciones sociales, mi aspecto un tanto adusto y un cierto mal olor corporal, hicieron que tomara la decisión de alejarme de la civilización y recluirme en las montañas, junto a un precioso ibón, donde dejo transcurrir plácidamente mis días.


Mi fama de gruñón maloliente, reforzada con rumores sobre cabezas de ganado muertas en extrañas circunstancias y doncellas desaparecidas, ha conseguido que pueda llevar una vida sosegada, sólo perturbada por algún caballero aburrido deseoso de gloria o de impresionar a una dama.


Hoy hace un día magnífico. ¡Lástima que lleguen visitas!


Un caballero se acerca radiante montado en su caballo blanco. Trae una armadura reluciente y una cruz roja en el pecho. Dice llamarse Jorge y venir de la batalla de Alcoraz.


Un día, uno de estos mata dragones, me dará un disgusto.


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