El niño del café

Fue en el Gran Café Zaragozano, una luminosa tarde de abril. Yo imaginaba su historia dilatada y fecunda cuando llegaron a mi lado.


Le sentó su padre con ternura al niño en una silla, frente a la mesa. Y se quedó el niño formal, balanceando sus piernitas que colgaban, gráciles. Era rubio, guapo y casi ciego. Unas gafas de exagerado aumento engrandecían sus ojitos azules. Esperaba paciente jugando con su hermanita, sin ver, a que su padre le llevara la bebida.


Agarró la botella con ambas manos y la miró únicamente con el ojo derecho arrimándosela muy cerca, a escasos centímetros. Y así estuvo unos segundos… inspeccionándola. Reía. Se le veía feliz. Feliz de ver lo que nosotros no vemos, pensé…


La cafetería era un guirigay y el niño volvía la cabeza en todas direcciones esforzándose por ver lo que oía. Volvió a coger la botella con ambas manos y volvió a arrimársela a su ojo derecho… y volvió a reír. Se le veía contento. Contento de ver suficiente con lo que veía, pensé…


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