Tierra quemada

Vivo en tierra quemada y mi casa es un espejismo en el desierto. Sólo me acompaña un rio anciano, ora exangüe, ora iracundo. Al norte hay montañas y valles. Tierras más verdes. En su día fueron y tomaron a manos llenas. Sólo dejaron carcasas secas que las bruchinas cubren de nieve. Al sur hay tierras tan pobres que ni tienen nombre. Viven con el miedo de que nunca nos acordemos de ellas. O de que lo hagamos y bajemos a arrasar pueblos y ríos y valles y lomas. Vivo en tierra quemada y los hados no nos quieren aquí. El sol quema en verano y el viento azota en invierno. Los pocos locos que quedamos nos aferramos a la tierra seca y resquebrajada como matas. Pero ya estoy harto. Harto de que el cuento siempre acabe mal. De ser víctima y verdugo. De que el Cid pase de largo. Que mi voz despierte la sangre y el hierro. Que retumben en el desierto los cañones y las campanas se oigan en todo el reino. Si no existe un buen final, al menos daremos un buen momento. Y viviremos para siempre en tu recuerdo.


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