Los amantes destilados

Ojos acechantes en resbaladizas miradas buscando el refugio del detalle.

Labios carnosos musitando una sonrisa de perpetúa despedida, con el miedo de traspasar la frontera de la corrección para perderse en los desiertos eternos del placer.

Conversaciones mecidas por el viento, siempre con rumbo fijo, sin poder amarrar sus pasos.

Ron, coca cola, hielo. Sed de recuerdos purgados en resacas. Desierto de ojos, miradas y palabras de amantes que son sólo dueños de su propio instante.

Al poco de zarpar, la sirena está afónica y Ulises ha olvidado a Penélope. Poseidón levanta barras de bar, espuma de cerveza y ruido.

Más ron, para tapar el hedor de las escotillas. Más ron para atreverse a escorar el sueño. Más ron, pues ya no importa el destino.

¿Qué éramos en ese momento? ¿Todo? ¿Nada? ¿Acaso tú y yo solos? O también las sombras de nuestros fantasmas anclando los impulsos al suelo.

Y entonces Peter resolvió perder su sombra, Agustina abandonó los cañones y el Quijote retornó a su casa.

Y fueron felices, borrachos, felices.


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