Hermosa libertad

Yo volvía de tapear. Ella estaba detenida donde el callejón del Tubo desagua su penumbra en la plaza de España. Tan joven y tan blanca; pura luz. Al acercarme, descubrí que era la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Pero su hermosura traslucía una tristeza infinita. Al pasar a su lado me preguntó por la Facultad de Medicina. Me ofrecí a acompañarla y ella accedió. En silencio y sin dejar de admirarla con disimulo, llegamos al Paraninfo. Entré con ella con la intención de seguir a su lado. «Me esperan» —dijo— y salió corriendo, dejando una estela blanca por los pasillos grana. En su huída, su pañuelo cayó al suelo; en su interior había una nota: «Ha sido usted muy amable, pero tengo que reunirme con las mías». Aproveché para ver una exposición de fotografías antiguas. De repente, allí estaba ella, tan hermosa, tan blanca, en una composición con un grupo de mujeres libertarias fusiladas en Zaragoza tras el inicio de la Guerra Civil, por defender la causa de la libertad.


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