Romería y desengaño

Lo primero que recuerdo de Aragón son las bombas del Pilar. Yo tenía once años y estaba deseando que explotaran. Me encontraba en un momento complicado de mi vida pero no lo sabía explicar. Así que instintivamente derivé todos mis odios y frustraciones hacia esa ciudad.


Mis padres pensaban que en Zaragoza todo iría mejor, pero jamás me preguntaron si me quería mudar. Los fraseos poliacentuados, la jota, los capazos, el cotilleo... Lo sentí como un viaje atrás en el tiempo y quizá por eso, me volví el ser más antipático del mundo.


Por suerte, un par de años más tarde, conocí a Pilar, la verdadera bomba de esta historia, mi primera novia, la mujer que me enseñó que los sentimientos no son eternos y que los desengaños dependen de las expectativas de cada uno. Ella me decía: En Aragón, si callas eres silencio, pero si ofreces reinarás. Gracias a ella pude llegar a ser un mañico más.


Las bombas ya solo son un recuerdo de una persona que me cuesta reconocer. Tal vez deba iniciar otro viaje.


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