Julián

Asomaba uno de sus vértices bajo la tapa de una vieja caja de zapatos, como si quisiera sobrevivir al tiempo. Un blanco y negro, casi sepia, embellecía la instantánea. Recogiendo los recuerdos de mi tío, carpintero y labrador, pocas cosas como esta foto daban más sentido a su irremplazable pérdida. Ni siquiera estoy seguro de si ese hombre que camina de espaldas por el sendero es él, pero su porte me lo recuerda. Miro la imagen y pienso lo mucho que dejó de sí mismo entre surcos y frutales del pequeño valle que configura el Río Mediano. No puedo, ni quiero dejar perder la foto que resume toda una vida escrita con tinta de olvido. De la instantánea recibo su más sencillo legado: el del buen hacer, tanto de oficio como por ser humano. Es su adiós más simbólico, su alma retenida.


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