Inocencia Rota

Al principio al pequeño Antonio le pareció divertido quedarse en casa con sus hermanos y primos, aunque los mayores fueran unos mandones y no tuvieran ganas de jugar. Pero la despensa empezaba a vaciarse y allí dentro hacía mucho frío pese a estar a mediados de junio. Los días previos había mucho movimiento por la ciudad y aparecieron sacos apilados en diferentes zonas. Lo sabía porque había acompañado a su madre a hacer acopio de comida al mercado. Una mañana juntaron a todos los niños de la familia en la bodega de su tío Jorge y se despidieron de ellos como un día normal. Pero él notó algo raro en la mirada de sus padres y sintió sus abrazos de una forma que nunca olvidaría. Una semana después seguían allí encerrados, sin que los mayores les contaran lo que pasaba. No sabía ni le importaba quienes eran Lefèbvre ni Palafox. Ya se había acostumbrado al sonido de los bombardeos lejanos pero nunca se acostumbraría a la ausencia de sus padres.


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