José Manuel Broto: “Ni hago pintura escapista ni pongo más desgarro a la crisis”

El pintor, José Manuel Broto, es Premio Aragón-Goya 2003 y Premio Nacional de Bellas Artes 1995, que reside en París y Mallorca, expone ‘Color vivo’ en el IAACC Pablo Serrano desde mañana.

Lector, melómano, enamorado del paisaje, Broto posa ante un fondo que evoca sus primeros cuadros, en el restaurante del IAACC
Lector, melómano, enamorado del paisaje, Broto posa ante un fondo que evoca sus primeros cuadros, en el restaurante del IAACC
José Miguel Marco

¿Qué sensación tiene al exponer en el IAACC Pablo Serrano?


Maravillosa. Creo que las salas, neutras, concebidas para albergar el arte sin más, sin ningún elemento decorativo, cumplen su función. Son un lugar exigente y límpido para la idónea contemplación de la pintura. Me encantan y me hace mucha ilusión.


El arquitecto del edificio José Manuel Pérez Latorre, además, es buen amigo suyo.


Desde luego. Existe empatía y respeto. Creo que ha hecho muy bien su trabajo. El exterior llama la atención, tiene fuerza, en él se ve su personalidad, y el interior está como debe: despojado, encaja a la perfección por la altura de los techos, por la sensación de lugar acogedor, espacioso y limpio. Aquí se luce el arte, en especial los grandes formatos.


¿Qué es ‘Color vivo’?


Es una selección de una veintena de obras, realizadas desde 2004 hasta ahora prácticamente. Reivindico el color. Se suele ser beligerante con él, casi nunca está de moda, se acostumbra a decir que es decorativo, infantil y femenino, y sobre todo eso ocurre en la pintura conceptual, donde el color por excelencia es el gris, el color del pensamiento. Cuando veíamos películas de arte y ensayo, casi todas eran en blanco y negro.


¿Entonces?


El color puede ser dinámico, divertido, alegre: al fin y al cabo, yo como pintor intento ordenar el caos, sugerir un poco de esperanza y de serenidad en medio del barullo y de la crisis.


Lleva años inclinado hacia un color intenso. ¿El color de la felicidad, tal vez?


No quiero contribuir al clima de decepción, al cataclismo. Creo otro mundo, distinto y mío, sin aspectos truculentos. Vivo en el campo, trabajo y trabajo, e intento hallar una armonía con el cuadro, con el silencio y el paisaje.


¿Quiere decir eso que huye de la realidad?


No. Busco mi lugar. Mi pintura no es epidérmica, ni realista ni documental, no establece una relación física con la realidad: hay tensión, violencia, intensidad en mis cuadros. Para hacer crónica ya están la novela, el periodismo, la sociología o la historia, y lo hacen mejor. Intento crear imágenes al margen de este mundo sucio.


¿Cabría hablar de alguna forma de compromiso?


Mi compromiso también consiste en ir en contra de los tópicos y los lugares comunes. Intento construir. Además, me gusta que mi obra también mueva a la contemplación, eso que parece tan reaccionario. Mis cuadros son absolutamente abstractos porque en la abstracción la capacidad de evocación es infinita, creo un horizonte abierto. Y ahí los títulos, en vez de ayudar, a veces despistan. Por eso digo a veces que me interesa mucho el oxímoron: esa figura literaria que contiene una paradoja en su enunciado. De ahí un título como ‘El color del hielo’.


¿Qué le debe a la música?


La música está en todo. Yo suelo trabajar con música clásica, histórica y contemporánea. Me inspira, crea estados de ánimo, me sugiere imágenes. Lo que yo no hago es ilustrar la música; me interesa la construcción intelectual de la música. ¿De dónde viene el sonido? De un mundo ajeno, desconocido. No hago pintura escapista ni mucho menos, pero tampoco colaboro a poner más ruido, más desgarro o decepción.


Además de la serie ‘El color del hielo’, que comprende cuatro cuadros, ¿qué más hay en la exposición?


Hay otro apartado que se titula ‘Seres arabescos’, y un poco en esa misma línea están dos piezas como ‘Eje 1’, ‘Eje2’, que la comisaria Isabel Durán seleccionó para una muestra sobre El Greco, un pintor que me gusta mucho. Era un colorista exacerbado, creaba armonías imposibles; siempre me ha interesado mucho.


También hay un tríptico impresionante...


Se llama ‘LIF’: es un homenaje a España y Francia. Y esa abreviatura alude a Libertad, Igualdad y Fraternidad. Ahí se mezclan las banderas españolas y francesas y una historia dramática, llena de tensiones, como fue la Guerra de la Independencia. Francia invadió España y eso no admite discusión, pero ellos tenían un país mejor, libre, moderno, y el nuestro era pura mugre. Y lo fue durante años. Con todas las dificultades, estamos mejor que antaño: hemos vivido con Franco, y los jóvenes a veces no se acuerdan. Denostamos tanto la Transición que a veces olvidamos que aquí por tener un libro podían perseguirte o mandarte a la cárcel. De jóvenes, cuando íbamos en autoestop a París, te paraban los franceses y te decían, con evidente burla: «Qué, ¿aún tenéis a Franco?».


Viendo su pintura, ¿podría deducirse que ha dejado de ser político, que está en otra aventura?


No, eso no se deja nunca. Soy un pintor de mi tiempo. Pero sí considero, como decía Bertrand Russell, que los partidos políticos son como sectas religiosas que promueven sus eslóganes y no los cumplen nunca. Hace años que ejerzo mi derecho al voto, pero me abstengo. Vivimos una gran decepción que está plenamente justificada. Uno ve el telediario y en los primeros 15 minutos hacen inventario de un sinfín de corrupciones e injusticias.


Ha usado pintura acrílica, con energía y variedad. ¿Por qué?


No he querido usar lápiz digital ni ordenadores, que me encantan y me exigen rapidez y fluidez, desde luego. Con ellos he trabajado mucho. Yo hago mis pinturas, hago mis colores, y así recupero aquel pulso primitivo del pintor arcaico y artesano, esa relación con los pintores de Altamira, que siempre me emocionan. Me interesa mucho esa conexión entre arte eterno y arte contemporáneo. Mi pintura es tradicional y contemporánea.