Nueva York y los desvelos del amor

José María conget publica ‘la bella cubana’, una novela que concibió hace más de una década

Nueva York y los desvelos del amor
Nueva York y los desvelos del amor
Esther casas/Heraldo

José María Conget (Zaragoza, 1948) es mucho más que un narrador personalísimo, exigente con el lector: se mueve a las mil maravillas en los meandros de la historia reciente y en un caldo de cultivo ambiental que participa de la literatura, del cine, del cómic y de la música de un modo especial. Todo se hilvana y se entrevera, las voces del pasado, y de ese cañamazo, donde fluye el tiempo y la compleja sociología del país y de los recuerdos, salen sus libros. Ya sean sus cuentos (citemos algunos como ‘La ciudad desplazada’, ‘Bar de anarquista’ o ‘La mujer que vigila los Vermeer’, aparecidos en el sello que más ha creído en él, Pre-Textos), sus libros mestizos, del tipo ‘Vamos a contar canciones’ o ‘Cincuenta y tres y Octava’, que publicó Xordica, o ‘El olor de los tebeos’ (Pre-Textos). Y entre sus novelas, hace poco las PUZ, en su colección Larumbe, reeditaban la ‘Trilogía de Zabala’, todo un homenaje a Zaragoza, la ciudad donde ha vivido poco y ha querido mucho. Conget ha residido, entre otros lugares, en Lima, fascinado por los primeros los libros de Mario Vargas Llosa, en Londres, en París, en Nueva York o en Sevilla, ciudad en la que lleva ya algunos años. Durante esa itinerancia incesante de más de tres décadas nunca dejó de escribir: ha redactado una obra sólida, obsesiva, con vinculos en Faulkner, Nabokov o Flaubert, de registros variados e intensa, una literatura que nace por igual de la imaginación, de la cultura y de la vida.


Desde hace algo más de una década, le rondaba por la cabeza una novela, una mujer y un título: ‘La bella cubana’. De entrada, podría pensarse que iba a ser una narración de una criatura más o menos sensual y seductora. El título, en realidad, más que a una caribeña deslumbrante, alude a una canción de José White que popularizó Lecuona y que, a su modo, es importante en esta novela como melodía de fondo, como incitación o como eco sonoro y nostálgico de una época pasada. Al fin y al cabo, el paso del tiempo y algunos hechos son capitales en una propuesta que se inicia con una escena, entre grotesca y humorística, que ocurre en un burdel. A un personaje no solo le roban todo su dinero sino que es objeto de burla y mofa: nada es como había concebido, ni siquiera el sexo. Ese arranque quizá dé algunas de las claves de una narración que va y viene, que viaja hacia el ayer y a la vez intenta concentrarse en el ahora: el relato de Lara, o Larissa, y "su novio y marido" Gus, el escritor más bien fatuo Gustavo Sánchez: ambos logran abrirse camino en Nueva York, gracias a la ayuda de Rubén, un escritor extraño que ha descubierto la punción del remordimiento y que parece sitiado en la melancolía y en el dolor de un amor inolvidable. Ese amor responde el nombre de Nadia, y en un momento se dice: "Nadia no se parecía a ninguna otra mujer ni su atractivo respondía a ningún estereotipo". Hay otros personajes: la jefa de Gus, la argentina Nilda, "que no se corresponde a la idea que nos hacemos de los porteños tópicos, habladores, sicoanalizables, sicoanalizados, sicoanalizantes, pedantes -no más que yo, la princesa asegura que es mi mayor defecto y que se enamoró de mí por él, qué pinta aquí la princesa, joder, ve con más cuidado, iré con más atención, para no mezclar las cosas-, fatuos, aplomados", dice Gus. También anda por ahí un padre un tanto desdibujado, cuya historia acaba siendo decisiva, o el propio narrador Conget, funcionario entonces del Instituto Cervantes y escritor, que es citado en varias ocasiones; en una de ellas se alude a su obra literaria: "Conget, el del Cervantes, tiene un cuento en el que un tipo es abandonado por su pareja un viernes y, después de patear un rato los muebles de la casa, como en las películas, ya sabes, decide refugiarse en el cine, en los cines, y va de sala en sala hasta el anonadamiento".


‘La bella cubana’ narra una historia de amor y desamor, de contrastes y de sueños quebrados en medio del deslumbramiento inicial de la gran ciudad, narra una decepción imprevista tal vez. La vida tiende emboscadas y, cuando menos se espera, irrumpen la ambición, la traición, el peso aplastante del pasado. Conget aborda la sociedad literaria con alguna ironía, recuerda a algunos personajes complejos, por decir algo, como Octavio Paz y, poco a poco, con diversos monólogos y a través de cartas que quizá nunca se manden - de Gus a su amigo Paco; de Lara o Larissa a su amado Gus, quizá porque se siente perturbada por Rubén, "el Siniestro"...-, desarrolla un mundo que prometía la felicidad. Se evoca un edén musical y ardiente, más sublimado que vivido.

José María Conget crea caracteres, domina la psicología y los ideales, sabe que la existencia está llena de incertidumbre. "A veces creo que las vidas humanas, por lo menos la mía, están diseñadas como esos guiones convencionales de Hollywood", se dice. Quizá sea una sensación engañosa: ocurren muchas cosas, y hacia el final muchas más, incluso se da un cameo inesperado de alguien que se acerca a las claves de uno de los enigmas de esta esponjosa novela de madurez y memoria.