La isla de los Trece Santos

"Este año se van a cumplir diez de la muerte de Jesús Moncada (...) ?Yo acabo de rendirle mi homenaje particular y, para conmemorar la efeméride, he vuelto a leer su novela capital: ‘Camí de sirga’ (1988)".

Este año se van a cumplir diez de la muerte de Jesús Moncada, uno de los grande novelistas aragoneses contemporáneos, traducido a más de quince lenguas (entre ellas el sueco y vietnamita, por citar dos ejemplos). Nacido en Mequineza, escribía en catalán por ser esa su lengua y porque así le apetecía (aunque también dominaba el español, el francés y el inglés). Yo acabo de rendirle mi homenaje particular y, para conmemorar la efeméride, he vuelto a leer su novela capital: ‘Camí de sirga’ (1988), galardonada con el Premio Nacional de la Crítica en el año que fue publicada en castellano (1989, ‘Camino de sirga’).


El libro es un trabajo literario que tiene poso de crónica, evocadora y emocionante. Mequinenza estuvo muriendo durante una larga agonía de más de doce años: desde que, mediados los cincuenta, llegaron las máquinas para construir dos pantanos en el Ebro hasta que, en 1970, comenzó la lenta voladura del casco antiguo y la consiguiente obligación del traslado de sus habitantes al pueblo que se construyó de nueva planta.


Esa tensión vital queda refejada en algo más de trescientas páginas, en las que también late el último siglo y pico de la villa natal del autor. ¿Localismo?, de ninguna manera: pronto vendió cien mil ejemplares porque su trama argumental -que no es sencilla pero atrapa- condensa no pocas de las claves del existir humano. Más de sesenta personajes desfilan en un ordenado laberinto de pequeñas historias que acompañan a la principal. Se ha escrito que tiene tono oral y es cierto.


Quizá por eso me apasiona.


Hay dosis de humor, de ironía, de poesía, de misterio y hasta late un mundo fantástico y legendario, aunque el autor tenía razón cuando declaró: "Aquí no hay un universo mítico ni realismo mágico: hay superstición, claro, pero la realidad no necesitaba ser inventada".

Como invitación a la lectura de ‘Camino de sirga’, transcribo un pasaje. Allá por 1940, cuando todavía no existían ni el embalse de Ribarroja ni el Mar de Aragón, el consumado navegante mequinenzano Nelson surcaba el Ebro:


"La navegación por las interminables tablas de agua casi estancada se les hizo larguísima. La sensación de angustia fue sobrecogedora en la mejana de la Herradura donde habían descubierto en julio de 1936 algunas de las imágenes arrojadas al río por los pueblos ribereños, conocida a partir de entonces como la Isla de los Trece Santos (entre los cuales el anónimo contable incluyó sin venir a cuento un diablo y tres ángeles).

Las imágenes ya no estaban allí: al comienzo de la guerra, la tripulación del Cristóbal Colón, de la mina Vallcorna, se había divertido poniéndolas de pie en la orilla de la mejana y allí se quedaron hasta que un avión fascista, atraído por los resplandores de un sol de septiembre sobre las policromías de unos enemigos extrañamente in móviles, las ametralló y las hizo astillas. La gran riada del 1937 se llevó definitivamente sus restos, pero a la isla le quedó el nombre para siempre". ¡Cuántas cosas retrata este párrafo!