Una legión de superhéroes y princesas alfombran de confeti la plaza del Pilar

La ligera lluvia no impidió que zancudos, trapecistas y músicos de ‘swing’ recorrieran ayer una abarrotadísima calle Alfonso

Los técnicos municipales calculan que unas 40.000 personas presenciaron el desfile capitaneado por el Conde del Salchichón

Una legión de superhéroes y princesas alfombran de confeti la plaza del Pilar
Una legión de superhéroes y princesas alfombran de confeti la plaza del Pilar

Colas de lagarto asomaban por debajo de los abrigos. Picudas orejas de tigre buscaban resguardo bajo las capuchas de los chubasqueros. Feroces cocodrilos abrían de par en par su dentelladísimas fauces, pero no lo hacían por una voracidad inmensa sino más bien como efecto de un bostezo: los domingos, aunque la cita sea a las 12.00, no conviene madrugar. El centro de Zaragoza amaneció ayer convertido en una pequeña jungla, con muchos bichos adormilados –hay que ver cómo se desperezan los hombres araña– pero también con princesas, piratas, vaqueros, astronautas, enfermeras y payasos, que contribuyeron a animar el batiburrillo carnavalero infantil que capitaneó –como obliga la tradición– el insigne Conde del Salchichón.


Miles de chavales acompañados de sus padres asistieron ayer a un colorido y multitudinario desfile de carnaval, que acabó con la plaza del Pilar alfombrada de confetis y serpentinas. La mañana, poco antes del pregón, se complicó por momentos cuando arreció algo de lluvia y hubo que desplegar paraguas, pero todos los actos previstos pudieron celebrarse de principio a fin entre batallas de magia, exhibiciones de malabaristas y mucho jaleo musical.


Minutos después de las doce de la mañana los personajes de la tradicional comparsa zaragozana dieron el pistoletazo de salida al desfile. Mención especial merecen los contoneos del Rey de Gallos, que movía sus hombros y escápulas –adelante y atrás– como si hubiera estudiado danza con la mismísima Ingrid Magrinya. La descarada ave provocaba a la chiquillería y se aupaba también a los hombros de una siempre enfadada y quejica doña Cuaresma. También jugó el deslenguado rey con el enmascarado Tragachicos, y llegó –incluso– a meterse en su bocaza para ver si el gigantón de cartón piedra le deglutía creyendo que eran muslitos de pollo.


Todos estos juegos asombraron a los cientos de niños apostados en la calle Alfonso y sus adyacentes, en donde aguardan las comparsas y carrozas de hasta nueve compañías de animación infantil que, al alcanzar cada nueva esquina, se iban sumando a la cabalgata. "Lo mejor es la bici con muchas ruedas", decía Claudia, de 6 años y convertida en una suerte de ‘draculina’, sin percatarse de que el conductor de tal invento echaba fuego por la boca. "No, lo que nos gusta son los que caminan sobre pelotas", le corregía su hermano, un ninja de 8 años, sin soltar unos nunchacos.

Dragones de retales

Muy celebrados fueron también los músicos de la Marxing Band, que avanzaron metros y metros tocando en directo sus trompetas, platillos y banjos, acompañados de un Seiscientos que ocultaba la megafonía y amplificaba animosos sonidos ‘dixie’. A pesar de la ligera llovizna y de las tentaciones de usar el trombón como sombrero, los músicos permanecieron impasibles –"como los del Titanic", decían los padres– e hicieron danzar a pequeños villanos de ‘Gru’ y parejas de Bob Esponja.


Otros que también se emplearon a fondo tocando acordeones y trompetas fueron los componentes de Oua Umplute, que le dieron un toque zíngaro al paso de la Mojiganga y las mascarutas, perfectamente secundadas por los gigantes enmascarados de la tradicional comparsa de cabezudos. "Me gustan más en carnaval que en el Pilar porque ahora no encorren", aseveraba Laura, de 7 años, que rivalizaba con sus primas en ser la Elsa Frozen más lograda.


Los gigantes de Zaragoza no se han perdido ni una sola de las últimas fiestas de carnaval infantil, si bien el resto de compañías de animación sí han ido variando año tras año. Divertidos desfilaron unos dragones confeccionados a base de retales, que –por lo que se pudo ver– tenían querencia por asomarse para ver quién se escondía tras los paraguas e, incluso, metían sus cabezotas hechas de remiendos dentro de los carritos de bebé.


Trapecistas y zancudos pasaron más de un apuro desfilando por las losas resbaladizas de la plaza del Pilar, pero demostraron su destreza para sortear los charcos y no caerse de punta cabeza a pesar de su enormísima altura.


Otro momento crítico se vivió ayer en el pasacalles cuando el Tragachicos –con antifaz para la ocasión– tuvo que salvar las escaleras de la plaza del Pilar descendiendo por la rampa que da a la calle Alfonso. "Habrán tenido que hacerle la máscara con un mantel porque tiene la cara muy grande", opinaba Laura, peinándose su peluca azul, y apuntando a experta en corte y confección. Una vez superado el móvil envite del Tragachicos, ya no había nada de lo que preocuparse en la plaza: incluso la lluvia parece que dio una tregua cuando las distintas compañías fueron ocupando diferentes posiciones para mostrar sus espectáculos a las cerca de 40.000 personas que –según las estimaciones iniciales de los técnicos municipales– pudieron presenciar ayer el desfile sumando la calle Alfonso y la plaza del Pilar.

Doña Cuaresma se anima

Una vez alcanzó el escenario situado junto a la fuente de Goya, el Conde del Salchichón tomó la palabra para invitar a todos los presentes a "vaciar las despensas" y ‘pretarse’ cualquier chorizo, torrezno, jamón o panceta que encontraran en sus neveras. Los personajes de la comparsa hicieron gracietas durante el pregón y se dieron culetazos siempre acompañados de sonidos de redobles y platillos como si fueran payasos de circo. Solo chirriaban en la escena las reprimendas de doña Cuaresma que pedía, micrófono en mano, que los niños ni cantaran ni bailaran y decía su famosa frase de "¡menos mal que no dura siempre el carnaval!". Sin embargo, hasta la quejosa anciana, presionada por el griterío infantil, se vio en la obligación de tener que saltar y –después de muchos aspavientos para tomar impulso– consiguió levantar su enjuto cuerpo unos dos centímetros del suelo.


En este momento la chavalería ya no sabía a cuál de los reclamos de la plaza atender. Un sol tamaño XXL servía de marco para una conseguida comparsa egipcia, que fascinó a los más pequeños con su faraón casi momificado y las danzas de media docena de ‘anubis’. Unos extraños alquimistas llegados de Francia también dejaban ojipláticos a los más pequeños con sus cachivaches móviles coronados por numerosas tuberías de las que salían fogonazos y burbujas. La sempiterna noria de madera cerca de la Delegación del Gobierno –sí, la rescatada del mercado medieval– hacía las veces de atracción de feria para los muchachos no contentos de disfrutar del largo centenar de actores que animaban la plaza.


El Conde del Salchichón adquirió pasado el mediodía la forma de un inmenso globo y los chavales comenzaron a intuir que aquello tocaba a su fin. Cerca de las dos, el gigantesco globo surcó los cielos –en busca de nuevas juergas, dijeron– pero prometió regresar a orillas del Ebro dentro de doce meses.