Así es una clase de César Bona

El único español entre los 50 finalistas  al ‘nobel’ de mejor profesor del mundo defiende que los libros son "solo una herramienta más para el aprendizaje".

César intenta que sus alumnos pierdan el miedo a hablar y por eso, a veces, uno se sube a la mesa para que los demás le escuchen con atención
Así es una clase de César Bona
F. J.

A César Bona, el único docente español que está entre los 50 finalistas del ‘premio nobel’ al mejor profesor del mundo, le encantan los retos. Solo así se entiende que este aragonés, licenciado en Filología inglesa y en Magisterio, haya estado desde 2006 en tantos colegios y que en todos ellos haya dejado un magnífico recuerdo, simbolizado en proyectos que ha puesto en marcha con sus alumnos. Primero, en el colegio Fernando el Católico de Zaragoza, donde sus alumnos le enseñaron a tocar el cajón gitano y logró reducir el absentismo a la mínima expresión. Después en Bureta, donde grabaron un vídeo en el que sus estudiantes cumplían los sueños de los más mayores del pueblo (una abuela que quería ser portera de fútbol, otra que soñaba con ser aviadora...). O más tarde en Muel, cuando crearon una galardonada plataforma virtual en defensa de los animales, ‘El cuarto hocico’, que traspasó fronteras.


"El circo llegó al pueblo y vinieron todos encantados. Les dije que investigaran un poco más. Y descubrieron que llevaban los animales en jaulas, que no era todo tan bonito como en el espectáculo. Así comenzó el proyecto", recuerda.


Aunque todos sus proyectos han sido muy distintos, César ha mantenido una forma de dar clase muy parecida en todos los colegios donde ha estado, que perfecciona cada día. "Las ideas se me ocurren mientras doy clase, quizá por algo que han dicho los chicos. O cuando estoy comiendo. Pueden surgir en cualquier sitio", cuenta.


Divide la clase en grupos de mesas, en el caso del Puerta de Sancho de Zaragoza (donde está desde septiembre), son cinco. En cada una están unos cuatro chavales. Una vez al mes, se producen cambios en los asientos y los alumnos de cada zona tienen que explicarles a los demás porque deben sentarse en su sitio. César les enseña a perder el miedo a hablar. Y, por eso, cuando uno tiene que decir algo en público, se sube encima de la mesa para que todos le vean. "Uno de los momentos más bonitos que he tenido en esta clase –cuenta– fue cuando uno de los más tímidos dijo un día: ‘Hoy me quiero subir yo a la mesa y decir lo que pienso’".


Cada uno de sus estudiantes, ahora de 5º de primaria, tiene un rol que cambia cada mes. Está desde ‘el historiador’, que se ocupa de apuntar las cosas raras que pasan en clase; hasta ‘la abogada’, que se encarga de mediar entre un alumno y el profesor. De hecho, existe una curiosa lista negra –que lleva otro chaval– en la que quedan apuntados los que han hablado más de la cuenta o los que no han hecho los deberes. Cuando se llega a las cinco cruces, es medio punto menos en el examen. Pero la abogada, que ahora es Celia, se ocupa entonces de hablar con el ‘acusado’ y César. Y acuerdan que haga un trabajo para recuperar ese medio punto. "Por ahora, solo ha pasado una vez", cuenta Celia.

‘El cabecilla de los sublevados’

También está ‘el cabecilla de los sublevados’, que recoge las quejas de sus compañeros –de forma anónima, en un papel– para entregárselas a César. "Si no, algunos no lo harían por miedo o timidez". Además, hay colgada una lista en la que se apuntan altruistas y buscadores. Los primeros son los que van bien en una materia y los segundos, los que por su propia voluntad reconocen que les está costando más. Y entre ellos se ayudan. "Esto es muy importante. Dan ellos el paso en lugar de ocultarlo", dice.


César es un firme defensor de educar en valores, de enseñarles a expresar sentimientos y a que piensen por su cuenta si algo está bien o no. Este miércoles, por ejemplo, los reunió a todos en un corro y cada uno tenía que decirle al de al lado algo bueno. La vergüenza pudo al principio con ellos. "Para decir lo malo, se nos ocurren muchas cosas. Pero lo bueno nos cuesta más, ¿por qué?", les preguntó a sus chavales. Así que empezó él: "Pienso, de verdad, que eres muy buen chaval", le dijo a uno de sus alumnos más movidos.


Luego volvieron a ver el corto que rodaron por Halloween e hicieron otro juego en el que César empezaba a contar un cuento y los alumnos tenían que seguir con él, diciendo una palabra cada uno.


¿Y dónde quedan los libros? César cuenta que, cuando empieza el curso, les explica a los padres lo que van a hacer y alguno se queda con dudas, si bien conforme avanza el curso desaparecen. "¿Pero van a aprender?", le preguntan. "Les enseño que lo más importante es que se desarrollen como personas –cuenta–. Y también ortografía, gramática, matemáticas..., pero de una forma que intento que sea creativa y participativa. Los libros son solo una herramienta más".