Miles de personas salen a la calle en EE. UU. para denunciar la violencia policial

Los manifestantes reclaman al Congreso reformas para modificar un sistema judicial con más sombras que luces.

En Nueva York. Miles de personas se manifestaron ayer contra la violencia policial. En su protesta por las acciones de los agentes, caminaron desde Manhattan hasta la sede del Departamento de la Policía.
Miles de personas salen a la calle en EE. UU. para denunciar la violencia policial
Andrew Burton/AFP

Aunque han transcurrido ya más de dos décadas, Estados Unidos parece volver una y otra vez al 29 de abril de 1992, fecha en la que un jurado mayoritariamente blanco absolvió a los cuatro agentes de la Policía de Los Ángeles que propinaron una brutal paliza a Rodney King. Entonces se desataron los disturbios en los barrios marginales, una oleada de violencia que se saldó con 52 muertos y todo tipo de incidentes en las calles. Los tiempos quizás hayan cambiado, pero la mecha de la protesta popular no se ha apagado aún.


Ayer, miles de personas tomaron el centro de Washington, bloqueando la avenida Pennsylvania entre la Casa Blanca y el Capitolio, para reclamar al Congreso medidas eficaces contra la violencia policial y las reformas necesarias para modificar un sistema judicial con más sombras que luces.


Las muertes de Michael Brown, en Ferguson, y Eric Garner, en Nueva York, lograron como respuesta una manifestación pacífica y generalizada que refrendó lo visto semanas atrás: un amplio consenso entre republicanos y demócratas, marchas sin distinción de edad o condición recorriendo el centro de las capitales y una veloz internacionalización del fénomeno.


El reverendo Al Sharpton, cuya Alianza de Acción Nacional encabezaba la concentración, declaró que el país necesita "una acción legislativa que cambie las cosas, tanto sobre el papel como en las calles". Convencido de la fortaleza de su ‘revolución social’, demandó una ley que permita a los fiscales federales asumir casos en los que haya policías implicados, dado que sus homólogos locales rara vez entran en acción por proximidad o conflictos de interés con los funcionarios, los mismos con los que colaboran en su tarea diaria.


Sharpton, reconocido por su lucha en pos de los derechos civiles, se apuntó un tanto con la presencia de familiares de Brown y Garner, pero también de Trayvon Martin, asesinado en Florida en 2012 por un vigilante vecinal, y de Akai Gurley, tiroteado en un complejo de viviendas de Brooklyn.


Fue la más numerosa, pero no la única. En Nueva York se congregaron otros tantos miles que, partiendo de la plaza Washington, caminaron desde Manhattan a la sede del Departamento de la Policía. "Parece que ahora es temporada abierta de caza de negros", lamentó Umaara Elliot, coorganizadora de la protesta neoyorkina, que igualmente exigió que "se tomen medidas en todos los niveles del Gobierno para que cesen estos crímenes racistas". En otras grandes urbes los activistas más jóvenes secundaron igualmente otros actos de rebeldía contra los dictámenes del gran jurado, de San Francisco a Austin, de Kansas City a Lexington.


Más allá de cuestiones raciales, las cinco muertes de afroamericanos desarmados que se han producido en los últimos meses han destapado el lado oscuro de la Justicia estadounidense. En los dos casos mencionados, los de Brown y Garner, los fiscales que debían dirigir la investigación nunca ocultaron su condescendencia hacia las fuerzas de seguridad de su distrito y aceptaron sin discusión que se trataban de "homicidios justificados", incluso cuando se aplicó una dosis desmedida de brutalidad –Garner, que fue detenido mientras vendía cigarrillos en la calle, falleció asfixiado por una llave de estrangulamiento prohibida en Nueva York–.


Un reto para Obama

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La tensión racial que vive Estados Unidos se ha convertido en un nuevo test para el legado de Barack Obama, el primer presidente afroamericano de la historia del país. Un mandatario al que muchos consideraban el paladín de los derechos civiles. Hoy, muchos de los que le votaron creen que fue más un sueño que una realidad.


Lo cierto es que a comienzos de año lanzó la iniciativa ‘El guardián de mi hermano’, un programa gubernamental que pretende mejorar el acceso a la educación de los jóvenes latinos y negros, en teoría, más proclives al fracaso escolar y a la maginación que los blancos. Sin embargo, al grito de "justicia para todos", lo que ayer se reivindicó fue una remodelación de un sistema que, dicen, cimenta un ministerio público que maniobra a su antojo y un monopolio de la violencia que imponen con mano de hierro los agentes de la Policía local.