Adiós a José Orús, pintor abstracto de la luz, el color y el movimiento

El artista, que residió en París en la década de los 50 y que deja buena parte de su obra en el Mariano Mesonada de Utebo, fallece a los 83 años.

José Orús (Zaragoza, 1931-2014) tenía muy claro su autorretrato de artista: "He dedicado toda mi vida a investigar en el arte. Soy un investigador que practica una pintura universal y atemporal; un pintor de mi tiempo y a la vez intemporal que pinta algo que está dentro de mí". Y tenía algo muy claro, también: "Soy consciente de que tengo que dejar huella".


Acaba de partir a sus planetas lejanos: se marchó el último día de 2014, de noche y en silencio, en la residencia Sánitas tras algunos días de ingreso hospitalario. Es incuestionable que ha dejado un universo propio a través de varios cientos de sus lienzos: 114 de ellos integran el Museo Mariano Mesonada de Utebo, tras una cesión (que incluyó también un desembolso económico municipal) del pintor en 2003, "uno de los gestos más afortunados y sensibles de mi padre", señalaba el miércoles con serenidad su hija, y estudiosa de su obra, Desirée Orús.


José Orús se perfilaba una y otra vez: "Soy individualista, trabajo en solitario en una obra personal, independiente, basada en dos polos, la energía y la materia, y me entrego a ella con plena dedicación".


Empezó joven en el arte, aunque al principio tuvo sus ínfulas de poeta y llegó a redactar algo más que un puñado de poemas que leyeron sus amigos, y casi sacerdotes jocosos, del café Niké: Miguel Labordeta y Julio Antonio Gómez. Orús no se encontraba del todo en la lírica y ellos, con su sarcasmo y su buen sentido del humor, le sugirieron que dejase la literatura y "me nombraron Pintor oficial del Niké". Julio Antonio Gómez, editor, poeta y fotógrafo, fue más allá y le añadió el epíteto "genial".

Tras los pasos de Dubuffet


En 1950, Orús presentó su primera exposición y ya no iba a parar. Él mismo dio nuevas claves para definirse y ha usado términos como abstracción, informalismo y expresionismo para calificar su primera década, que a veces tiene ecos de Jean Dubuffet. Manejaba muy bien las texturas suaves, los colores monocromos, la sensación de atmósfera poética, tamizada de sugerencias.


Frecuentaba el café Niké, pero también había sido amigo y compañero de viaje del grupo Pórtico, pionero de la abstracción en España, formado por Santiago Lagunas, Eloy Laguardia y Fermín Aguayo, de quien contaba anécdotas entrañables. José Orús decía que le había llevado 16 cuadros suyos, enrollados a París. "Cuando yo iba, me pedía que le llevase cuarterón y papel de fumar de aquí". En 1955, cuando "Zaragoza era la capital de la vanguardia cultural de España", Orús sintió que no soportaba las fuerzas reaccionarias ni los hilos expansivos del franquismo y se instaló en la capital del Sena y viviría allí una década. Fue una buena época de aprendizaje, de trabajo y de consolidación de sus propuestas.


En la década de los 60 abrazó otro periodo fecundo: la obra de colores metálicos, en dorado y plateado y en tonos calcáreos. El crítico de arte de HERALDO Alejandro Ratia dice: "Los cuadros metálicos, sobrios, casi monocromos, tan elegantes, de los años 60 son, a mi juicio, lo mejor de la producción de Orús, y no deben faltar en una posible antología de la abstracción española. Obviamente, ése era un punto de simplificación y de esencialidad tan alto que impedía permanecer en él. En los 70 se produce un desarrollo barroquizante, que se caracteriza por el uso de la luz negra, como vía para transformar la visión de la pintura".


El crítico ya avanza aquí la evolución de José Orús. A partir de 1970, crea lo que él denominó ‘Mundos paralelos’, que nacían de la consideración de que podían existir, ahí afuera, "un mundo paralelo al nuestro". Esta es su apuesta más clara por el cosmos, el magma, los volcanes, los cuerpos celestes, el espacio. Tenía otra certeza: la pintura-pintura. Era un artista despojado de anecdotario; era un pintor de color que creía en los valores permanentes de la pintura, y no le importaba practicar el misterio: jamás reveló los secretos de su técnica tan peculiar.

El color, rasgo definitivo


El color siempre estaba ahí como un rasgo definitivo, un color que evolucionaba hacia nuevas metamorfosis cromáticas mediante iluminación exterior. En esta época, que se ha prolongado hasta su adiós, su investigación se ha centrado en el uso de la luz negra y en la vibración de color. Ratia señala: "En una generación obsesionada por el gesto y la expresión, José Orús eligió un camino personal y visionario. No existe para él el dibujo, solo la luz y el espacio. No fue un escapista, pues su mundo era tan real como el mundo de la calle, pero en lugar de buscar la realidad otra en las escombreras o en el inconsciente, la buscó en el Universo, en lo macro y en lo micro. Los avances científicos, el microscopio o la astronáutica mostraban que el mundo por el que tanto nos preocupábamos era sólo una parte minúscula. Una verdad que el mundo actual ha ido olvidando, tal como se ha olvidado de volver a la Luna".


La obra de Orús ha sido reconocida en diversos lugares del mundo. Ha expuesto en París, Buenos Aires, Berlín, Venecia, Nueva York o Basilea. En Zaragoza ha sido objeto de dos antológicas en la Lonja, en 1976 y 1993, en la sala Millares del Ministerio de Cultura de Madrid en 1998, expuso en dos ocasiones en la Luzán y en 2011 en el Museo Salvador Victoria. Su obra, su temperamento, su soledad solidaria y la revelación de su mundo interior encarnan lo que él llamaba "la lucha de un artista que se sintió, ante todo, investigador de la luz y del color y del movimiento".