A la caza del polizón invisible

Un equipo de la Facultad de Veterinaria coordina la estrategia nacional del Ministerio para controlar la entrada de mosquitos exóticos y potencialmente peligrosos que se cuelan en los aeropuertos y puertos españoles.

El enemigo está en el aire y viaja sin pasaporte pero con licencia para transmitir a sus víctimas los virus de la malaria, el dengue o algunas de las peores fiebres de las que se tienen constancia. En un mundo global, los insectos y, en particular, los mosquitos, se han convertido en peligrosos polizones que se cuelan en cabinas, maletas, neumáticos o palés de mercancías. La invasión, lejos de ser una fantasía de película de serie B, ha llegado para quedarse: se cree que el mosquito tigre alcanzó las islas Canarias escondido en los cargamentos de bambú de la suerte. El díptero sería solo un vecino incómodo si no fuera porque es un vector de transmisión de enfermedades como la fiebre chikungunya, que algunos califican de «rompehuesos» por el intenso dolor artrítico que causa y que en el año 2007 originó una epidemia con cientos de afectados en Rávena (Italia).


En este escenario, el Ministerio de Sanidad ha decidido contratar a su propia policía entomológica aduanera, que tiene su sede de operaciones en la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza. Varios profesionales coordinan desde aquí toda la vigilancia de los principales aeropuertos y puertos españoles frente a vectores importados de enfermedades infecciosas exóticas. El problema no es baladí: el dengue ya ha causado alertas sanitarias en Francia, en Croacia o en Madeira (una plaza importante que hay que controlar de cara a las islas Canarias) y muchos alertan de que Europa puede sufrir cada vez más brotes epidémicos causados por mosquitos.


España, de momento, sale bien parada. «Seguramente hemos tenido suerte porque la vida en nuestro país está muy centralizada en espacios urbanos, pero también existe un trabajo muy intenso en este sentido y un protocolo de actuación rápido y eficaz», explica Javier Lucientes, profesor titular de Parasitología y Enfermedades Parasitarias de la Universidad de Zaragoza, y coordinador de este equipo ‘cazapolizones’ en el que también trabaja el Instituto de Salud Carlos III.


Su trabajo es concienzudo y de campo. Su equipo coloca diferentes tipos de trampa en las principales puertas de acceso al país, que son las que más tráfico de zonas exóticas reciben. Bajo supervisión están los aeropuertos civiles de Madrid, Barcelona, Valencia, Palma de Mallorca y Tenerife (Norte y Sur); así como los militares de Zaragoza y Torrejón. A nivel marítimo se controlan los puertos de Valencia, Palma de Mallorca y Tenerife.


El objetivo es detectar qué especies invasoras llegan (sobre todo las que representan un peligro para la salud porque portan patógenos no presentes en España) y también qué otras podemos estar exportando desde España al mundo. Las trampas (de varios tipos) se colocan sobre todo en los hangares e instalaciones aeroportuarias donde se almacenan mercancías y en las zonas verdes que rodean las pistas, donde suele haber acumulaciones de agua que favorecen la reproducción de las especies. También se rastrean los alrededores en busca de huevos y nuevas colonias.


Cada diez o quince días, miembros de este equipo revisan las trampas y comunican los resultados. Para lograrlo, existe una red de ‘corresponsales’ que agrupa tanto al equipo aragonés y al del Instituto Carlos III, como a empresas privadas y públicas de control de plagas, como CTLLevante y el Servicio del Baix Llobregat de Cataluña.


«Hasta ahora, no hemos encontrado ningún ejemplar exótico de riesgo», explica Sarah Delacour, que trabaja mano a mano con Javier Lucientes en la facultad de Veterinaria. De forma sencilla, se llama exótico a todo lo que no es autóctono, y hay aproximadamente 60 especies de culícidos (mosquitos verdaderos) en nuestro país: todo lo que se sale de esa lista se considera posible invasor.

Trampas ‘inteligentes’

No todos los enemigos son iguales, y por eso las armas que se usan contra ellos son diferentes. Sobre todo se utilizan tres tipos de trampas. Muchos ejemplares adultos caen en las que tienen como cebo la luz o los olores que les atraen. En las primeras suelen detectarse además flebotomos (vectores de Leishmania), muy habituales ya en España.


Otras, las ovitrampas, tienen forma de pequeña maceta, y son las más efectivas contra el temido mosquito tigre (Aedes albopictus) y otro familiar cercano, el Aedes aegypti. Este exige una vigilancia especial porque es capaz de poner sus huevos en pequeñas oquedades de bambú o neumáticos cuando hay una ligera acumulación de agua, y sus huevos sobreviven aunque se sequen, y ‘reviven’ en el momento en el que regresa la humedad.


De hecho, el equipo de Lucientes dirige una investigación especial sobre el avance del mosquito tigre, que ya ha colonizado parte del Levante español y que transmite virus de al menos 20 enfermedades distintas. También se ha intensificado la vigilancia sobre los puertos y aeropuertos de las Canarias, donde se intenta evitar a toda costa la llegada del Aedes aegypti, transmisor del dengue. Recientemente ha habido un brote en Madeira, que intercambia un buen número de pasajeros y mercancías con las islas afortunadas. Precisamente, unas jornadas tratarán sobre el plan de choque a este problema la semana que viene.


Todo es poco para cerrar las puertas a unos inmigrantes tenaces en sus intentos por nacionalizarse europeos. El Centro Europeo de Control de Enfermedades ya ha alertado de que cinco lo han conseguido. Y no son otros que el mosquito tigre (el más extendido), el aegypti, el japonicus, el atropalpus y el más raro, el aedes koreicus. El japonicus, por ejemplo, está relacionado con un tipo de encefalitis. Por fortuna, que esté el insecto no es suficiente para que haya brotes infecciosos. Falta el virus correspondiente (todavía).