(Sin título)

Pero si yo no quería; no te escuché, vale, pero no quería. Era dulce, hermosa y parecía querer llamar mi atención. Me miraba y solicitaba que la poseyera. No, no la escuché pedírmelo, pero yo sabía que era así. ¿Es necesario pararse a pensar siempre? ¡Si dedicásemos todo el tiempo a meditar el mundo se habría parado hace siglos!


Finalmente me aproximé despacio y le clavé el cuchillo, en su parte más blanda, y rápidamente empezó, como un estertor, a empapar el lugar sobre el que se posaba. Y sí, sentí que me había equivocado en el momento en que vi ese viscoso humor rojizo entre sus cabellos. ¡Oh, Dios, qué he hecho! ¡No era esto lo que yo quería! Lamentarse ya era inútil. El mal estaba hecho. Oculté el cuerpo como pude y decidí asumir las consecuencias de mi precipitada acción.


Llamé al camarero. Sonriendo, le pagué el vino y la maldita tapa de cabello de ángel rellena de mermelada de fresa. Volví mis pasos hacia la puerta y me sumergí de nuevo por las calles del viejo Tubo de Zaragoza.