Retorno al Matarraña

He dejado atrás los cantos rodados del río, sus aguas verdosas, la pequeña cascada en la que jugábamos de niños. Asciendo paso a paso, sin prisas, entre las flores de romero, las aliagas, los enebros. A pesar de la marcha sosegada, la cuesta prolongada cuesta, el sobrealiento me desborda. Aún no he alcanzado la cima, pero me detengo. Contemplo el paisaje. Peñas sobrias y solemnes. Buitres planeando. Soledad.


Escucho el silencio.


Me lo jode el estruendo de un avión que pasa. Resonancias de la civilización, de la que él siempre trataba de huir. Afortunadamente, pronto vuelve el silencio. Aquí nada habla de humanidad, como a él le gustaba.


Le echo de menos. A pesar del vacío que me dejó, quiero pensar que estará siempre conmigo. Necesitaba echar su cuerpo monte arriba, sentir el contacto con esta naturaleza que tanto amaba. Por eso estoy aquí: esparciré sus cenizas por el barranco, para que regrese a ella, para que cabalgue en el viento a fundirse con su madre tierra.