Rompiendo en Samper

La noche es muy fría. Pero diminutas gotas de sudor se arremolinan, cual abuelos, en mi nuca. Se encharcan entre mis clavículas y brota una laguna en la oquedad de mi cuello. Se apelotonan encima de mi labio, salándolo.


De pronto, inhalo desesperada. En la tensa espera olvidé respirar.


Hay un silencio propio de la víspera de la creación.


Veo sonrisas francas; ojos vidriados o claramente llorosos; rostros tensos, quizá rezando; miradas que trepan a la luna casi llena. Esperando, esperando.

Ya suenan los cuartos. Mi corazón se sitúa en la línea de salida. La primera campanada, la segunda, y mi pulso se desboca sin esperar las otras diez.

Por fin, la corneta.


Mi brazo armado baja golpeando la piel del tambor. Miles, millones de veces. Y soy el reflejo de un calidoscopio. Mazas que retumban en paredes y huesos. Vertiginosas baquetas repiquetean. Parece lluvia sobre Santa Quiteria.


El estruendo se descarga como una catarata y rompe esta noche, que ya es cálida, muy cálida.