La vida en sepia

Viendo su fotografía descubro que las personas no sólo somos blancas o negras, también podemos ser de color sepia. Un color que invade toda la imagen, su piel, el vestido de flores, la mesa en la que se apoya la muñeca que el fotógrafo le ha dejado para el momento, las paredes de papel pintado del fondo, la vida entera puede ser sepia.


Ha bajado a Zaragoza a ver a un médico porque sus pestañas se caen. Su madre, que la acompaña, no aparece en la fotografía, quizás porque su mundo no cabe en el sepia, su mundo es negro, de lutos, sacrificios y de una vida atormentada por el cura del pueblo que con su sotana y su iglesia oscura todo lo contagian. Pero ahora está en Zaragoza, en la capital, donde nadie la conoce, y su vida comienza a cambiar de color. También existe el sepia. Un sepia que anuncia nuevos tiempos para Dolores, unos nuevos tiempos que se adivinan en el brillo de sus pequeños ojos en ese océano sepia, aunque para nosotros no sea más que el color del pasado.