Desalojo de Boquiñeni

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El reloj de la plaza marcaba las ocho de la tarde, la hora en la que todos los vecinos teníamos que estar preparados, nos desalojaban.


Los autobuses estaban esperando, la gente empezaba a subir, allí estaban también todos mis amigos, nosotros estábamos muy contentos, nos íbamos de viaje a Zaragoza. Nuestra felicidad, contrastaba mucho con las caras serias y tristes de las personas más mayores.


Yo, iba cogido de la mano de mi mamá, notaba en su rostro su preocupación, pero ella como siempre me mimaba, me acariciaba la cara y el pelo, e intentaba ponerme una de sus mejores sonrisas, yo la conocía muy bien, esa sonrisa no era la de siempre.


Cuando todos los autobuses estuvieron llenos, se pusieron en marcha, Boquiñeni, se quedaba vacío a expensas de los caprichos del río Ebro.


Yo, estaba sentado junto a mi madre, cuando de repente, vi como le caían dos lágrimas, ella no dejaba de mirar nuestra casa que se veía a lo lejos, esa casa en la que los dos habíamos vivido desde que yo nací.


Mercedes Pérez Pelegay

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