Opinión

Camino hacia la muerte

Conmueve el drama de esas cinco chicas que acudieron a una fiesta para encontrar la muerte en esa trágica encerrona del Madrid Arena. Y es comprensible la exigencia de responsabilidades y la puesta en marcha de iniciativas para que semejante drama no vuelva a ocurrir jamás.


Tal vez por eso, por el contraste, asombra la inacción de las autoridades políticas, incapaces de frenar la alargadísima lista de muertes que, con una rutina bárbara y descarnada –inhumana-, se suceden en la N-232 y la N-II.


Provocaría sonrojo, sino fuera porque produce pavor, la actitud de quienes no pueden ofrecer alternativas a esa cadena de duelos que se producen sin freno y de forma prevista en un territorio donde la vida se rifa en el asfalto.


Es verdad que deben existir prioridades en la gestión de los recursos públicos; pero nada puede ponerse por delante que la defensa de la propia vida, que se hace ruleta al volante.


Más de dos centenares de vidas humanas en once años. Sin que apenas se preste atención a ese tétrico goteo que golpea las poblaciones por la que discurre la carretera.


Es verdad que el llanto ha provocado una reacción de la Consejería de Obras Públicas, que acaba de firmar un acuerdo para abrir las autopistas a los vehículos pesados. Sin embargo, apenas resulta un parche para un problema de fondo, que deja una herida profunda y que exige una actuación mucho más contundente e inmediata. “Aquí no acaba la voluntad del Gobierno de Aragón”, decía el consejero Alarcón. Es imprescindible.