Pico y pala

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Pilar era una niña pequeña que cavaba día y noche bajo los sofocantes rayos del sol y el amparo de la tenue luz de la luna de Teruel, nadie sabía por qué. Un día, el pico y la pala de Pilar toparon con algo: una piedra dura y brillante que refulgía bajo la luz de las numerosas estrellas. Lo primero que pensó es que era una piedra más: pero luego comprendió lo que era. No lo había hecho al instante porque no tenía mucha relación con ese material: oro. Hizo acopio de sus fuerzas y desenterró el pedrusco. Al cabo de dos días, todo Aragón conocía el suceso. Les preguntaban a los padres de la chiquilla lo que iban a hacer con semejante fortuna. La madre quería joyas; el padre quería negocios; Pilar, ninguna de las dos. Cogió de nuevo su pico y su pala, y comenzó a esculpir…la figura de una hermosa doncella, de dorados cabellos, coronada como si hubiesen sido los ángeles los que lo hubieran hecho. Entre sus brazos y sus vestiduras tejidas con especial delicadeza se hallaba un niño, un hermoso niño de rosadas mejillas, que sonreía a su Madre y sonreía al mundo. Todos quedaron boquiabiertos ante la obra: había quienes decían que era obra del Dios de la Tierras. La nombraron “La Virgen de Pilar”, y la pusieron en lo alto de la Iglesia más majestuosa de Zaragoza Capital. La Virgen les protegía. La Virgen les cuidaba. La Virgen les amaba. A todos por igual. Incluso a aquellos que querían su manto para disfrazarse y su oro para enriquecerse. Nunca abandonó Aragón… abrazada a su Pilar.

Elvira Tobías de Gregorio