Cinema Inferno

La sala estaba casi vacía, sólo un puñado de nostálgicos se repartían diseminados por las desvencijadas butacas. Todo olía a rancio, a viejo, a cotidiano. Una lágrima de color vino se deslizó por la pantalla un instante antes de que las letras del título cegaran a los asistentes. “Beau Geste”, la primera película de un cine que nació para dar color a la gris existencia de la posguerra de una ciudad de provincias. Pero Zaragoza ya no era la misma después de sesenta años y más de mil películas. Rolando, el proyeccionista, quiso reponerla aquel día, para cerrar el círculo, como tributo a una profesión y a un mundo que iban a ser devorados por la modernidad y sustituidos por el retiro y un nuevo templo de la religión de la moda barata y efímera.

Por eso cuando el olor a gasolina se disipó y todos los espectadores se durmieron, Rolando se sentó plácidamente pegando su nariz al cristal del ventanuco para ver por última vez el rostro de Gary Cooper sobre las arenas del Sáhara.