Torrero 1946

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- Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amén.
Segismundo de Estella me ha dado la última absolución. Ahora sólo Dios sabe si aceptará a un pecador o me condenará para toda la eternidad.
 
Escucho el séptimo golpe parido por las campanas de San Antonio. Mi piel mana miedo en forma de sudor; el mismo que mis veinte compañeros en una celda de poco más de ocho metros cuadrados.

Camino por las aceras de la Avenida de América con el mentón arriba, todo lo contrario que el viejo Valero. El viejo se arrastra cabizbajo con el Heraldo del 20 de agosto de 1946 bajo el brazo.

Mi cuerpo, pero no mi dignidad, se apoyan en una pared de ladrillos agujerada por el odio.
- ¡Disparad a mi cabeza!- Estos ocho niñatos son capaces de tirar a la pierna para que mi muerte no atormente sus conciencias.

- ¡Apunten armas! ¡Fuego!

El oficial me remata en el suelo. Me llamo Nicasio Sanz Quintana y soy el fusilado 3.543; el último en la tapia del cementerio.
Carlos Puértolas Tena