La encina

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La encina se agita sacudida por el huracanado cierzo. Sus siete raíces, desarraigadas y desposeídas de su natural sustento, la tierra, se esfuerzan por agarrarse como pueden al yermo campo dorado. Campo extenso, llano o montañoso, pero seco; surcado de cicatrices que la historia ha ido dejando a su alrededor durante los siglos de su existencia.

Sin embargo, algo más fuerte que el viento sujeta a la encina. Tres cruces la anclan a su glorioso pasado, lleno de luchas, conquistas y reconquistas. De entre ellas destaca la poderosa cruz de San Jorge, bañada de rojizo por la sangre derramada por los que han luchado por ella.

Por encima, como un paraguas que protege de la lluvia, la corona. Nexo de unión que amalgama todos los elementos. Suspirando por los viejos tiempos, recuerdos de un reino otrora poderoso y temido, pero que ahora camina silencioso y cabizbajo.

A pesar de todo, el escudo de nuestra tierra, Aragón, viejo pero orgulloso, se aferra con inusitada fuerza a su bandera, símbolo de los antiguos reyes. Cada uno de los palos de gules, horizontales o verticales, indican el camino de sangre y esfuerzo de los que forjaron esta tierra.

Vendrán tiempos mejores o no, pero nada podrá arrancar al escudo de su bandera.



Francisco Salgado Gracia