La Atlántida

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Mi amigo, experto en temas estrafalarios, me decía que en lo que le había enviado (descubrí que la capital de la Atlántida se encontraba en Aragón) existía el germen de la literatura, me animaba a elaborar ese material en bruto y hasta probar con algún concurso por internet. Yo repuse que si había fracasado estrepitosamente cuando intenté mi carrera de escritor en serio, qué no haría ahora. Pero él, con la psicología innata (o que maman) los aragoneses, vino a decir que precisamente. Argumentó que él había formado parte de algún jurado y cosas más extrañas había visto, que lo mío luciría como una boñiguita de oveja sobre una colcha de diamantes (dixi). «Está bien —le dije—, pero tú te encargas de todo, y con lo que sea vamos a medias». Meses más tarde recibí un paquete con matasellos de Zaragoza con un lector de libros electrónico cortado a la mitad. Cuando lo llamé, mi amigo repetía entre carcajadas que yo nunca entendería el sentido del humor aragonés… y puede que tenga razón.

José Manuel Gómez Vega