El últmo fortín

None

Desperté tirado en un suelo frio y duro. La cabeza me dolía y la vista la tenía nublada. Apoyé la mano en la pared y tambaleándome, conseguí levantarme. Ante mi, discurría un largo pasillo, iluminado desde su final por la intermitente luz de los rayos. Con cada paso que daba hacia el final del túnel se oía más y más un rugido y un griterío ensordecedor que me taladraba la cabeza. Por cada zancada, notaba como temblaba todo a mi alrededor, hasta creía oír tambores entre el griterío del exterior. Por un momento, di un paso atrás pero era la hora de saber donde había despertado. Avancé por el túnel hasta la salida dando 5 grandes zancadas y… no eran tambores de guerra como había podido imaginar, tampoco era una tribu con leones como el miedo me había hecho pensar. El rugido provenía de los incansables aficionados que a su vez tocaban tambores y cantaban canticos como si no hubiera mañana, a su equipo, su Real Zaragoza, en su fortín, La Romareda.


Javier Gimeno Lausín