Una estrella fugaz

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Llego a la plaza del Pilar, el cierzo azota mientras mi nieto se echa a correr hacia una paloma. Mis huesos se resquiebran al seguir los pasos del pequeño, pero siento cómo rejuvenece mi alma. De repente me cruzo con una silueta familiar. Me detengo bruscamente, me giro despacio y mi corazón rememora su latir más brioso. Allí está ella, sorprendentemente bella y anciana. Nuestra mirada se cruza y la eternidad se apodera de nosotros. Por un segundo dudo si es ella, pero noto que ella no duda sobre mí. Nunca pensé que volvería a verla, fue una estrella fugaz, mi más breve e intenso amor. Antes de que pueda hacer nada recuerdo a mi nieto. Está detenido cerca de mí, lo alcanzo y lo agarro fuerte. Patalea un poco y se queja, pero debo hablar con ella y no puedo dejarlo solo. La busco y ya no está, ha desaparecido. Siento otra vez el vacío, el desamor, la pena. Con la mirada perdida dejo al pequeño en el suelo y se echa a correr. Yo también quiero correr, pero no sé hacia dónde.


Abel Tafalla