Insignificancia

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Desperté bruscamente cuando estábamos a punto de ascender al puerto de Monrepós. Tras un calvario de baches y cambios de trayecto dejamos atrás un terreno donde parecía acontecido una batalla entre el progreso y la montaña. A mi parecer, a pesar de estar malherida de tantas voladuras y agujeros, de momento, no había ganador.

El sol se desperezaba conforme la carretera se curvaba más y más, a lo lejos se vislumbraban, con timidez, los Pirineos. La ansiedad por el momento que se avecinaba junto con el efecto de la altura aceleraba mi pulso al borde la taquicardia.

Una vez llegados al destino, Panticosa, no pude resistirlo más, abandoné a mis compañeros en los trámites burocráticos y logísticos, me calcé las botas de montaña, cogí la mochila y tras comprobar que la telecabina estaba cerrada por fin de temporada, empecé a recorrer la pista forestal que conducía a Sabocos.

Era primera hora de la tarde cuando llegué al destino, los rayos de sol primaverales se bañaban con alegría en el ibón, a la par que una brisa fresca me daba la bienvenida haciéndome caer en la cuenta que un ser insignificante se había colado en un jardín del paraíso.


Alejandro Miguel Toledo Arruego