El misterioso retrato del Palacio de Biota

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Aproveché un viaje a Zaragoza para visitar Biota, el pueblo de las Cinco Villas donde nació mi padre a principios del siglo pasado. Me excitaba la idea de adentrarme en la casona familiar, escenario de tantos recuerdos estivales de infancia. La encontré remozada, pero allí estaba, dominante, el Palacio de los Condes de Aranda, la mansión del vizconde de Biota, con su escudo blasonado y su intrigante torreón medieval, al que se llegaba a través de un pequeño puente que comunicaba con el edificio. Los críos nos gritaban “los vizconditos, los vizconditos” cuando íbamos a la iglesia. Agitado, abrí el portalón con una sola idea: hallar el retrato solemne del abuelo paterno junto a una misteriosa mujer, que no era la abuela, de mirada igualmente adusta –nunca supe de niño quién era la buena señora vestida de negro-, que colgaba en una de las paredes de un recodo del amplio salón de la segunda planta. Esas imágenes nos estimulaban para dar rienda suelta a fantasiosas leyendas durante las pesadas y calurosas tardes de siesta. Los mayores nos aterrorizaban a los más pequeños con historias de miedo y de muerte que arrastrábamos hasta la noche: el fantasma del conde de Aranda o el de aquel hidalgo vasco, Landáburu, lejano pariente nuestro, que adquirió el caserón en 1771 y el vizcondado. Él o uno de sus descendientes, nos aseguraban los mayores, se jugó la tumba familiar en una timba de naipes en Vizcaya. Aquel día busqué y rebusqué. Entré en la cocina, en la despensa, en el desván de abajo; indagué en las estancias de la segunda planta y en todos los dormitorios de la última. Pasé el puente y escalé el torreón hasta llegar a sus almenas. Todo en vano. El retrato no estaba. Pero cuando cerré el portalón descubrí que dentro de mí estaban bien guardadas las imágenes del abuelo y de esa extraña señora, así como del tarambana vizconde Landáburu y hasta del mismísimo conde de Aranda, ese prócer reformista e ilustrado aragonés. A partir de ese momento nunca me abandonarían.

Bosco Esteruelas