¡Tres, seis, doce!

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Fue la primera vez que vine solo a la ciudad, me examinaba de revalida de 4º de Bachiller y tenía que pasar una noche en Zaragoza hospedándome en una pensión del Pasaje de los Giles. Pero toda esta historia empezó por una lección de anatomía que nos había dado un ferroviario del Canfranero que se hospedaba en el pueblo, y que nos hablaba de las delicias de la carne teniendo en la mano una cajita blanca de plástico que según contaba era el pasaporte para entrar en el Jardín de las Delicias.


Sin haber visto nunca el contenido de la cajita misteriosa pero habiéndonos informado por el susodicho primo de donde se podía conseguir aquel misterioso producto, del que de oídas también conocíamos el nombre “condoms”, como mi viaje de exámenes estaba próximo, mis amigos y yo decidimos pasar a la acción y entre todos reunimos 25 pts.


Y allí estaba yo…en la puerta de la Ortopedia la Francesa con el billete en el bolsillo y más “cagao” que un maletilla ante una vaquilla. Había dado varias vueltas a la calle practicando para mí lo que iba a pedir y por fin me decido a entrar, al abrir la puerta sonó una campanilla y un dependiente de edad incierta que estaba leyendo un Heraldo levantó los ojos por encimas de sus anteojos y retomando su lectura metió la mano bajo el mostrador y colocando tres cajitas blancas en la madera dijo:

¡tres, seis, doce!


Isidro Lacoma Benito