No se irían

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Al grupo le costó encontrar paso entre las colosales montañas. Bruxón vio espíritus con extraños ropajes mellando las nieves con la marca de la serpiente.


Rebasados frondosos bosques, descendieron un río sobre troncos trenzados. Inmensos falos de piedra vigilaban. Soñó con gentes que los trepaban y con guerreros apostados en cinco estructuras amuralladas. Otros portaban lunas menguantes.


Alcanzaron una depresión, preludio de un valle fértil. Un río manso lo atravesaba y un fuerte aire fresco lo limpiaba. Entre nieblas, Bruxón entrevió a un gran hombre laureado y a una dulce mujer sobre una fina y alta piedra. Un hombre era ajusticiado. Altas torres caían y otras se alzaban. Continuaron.


Grandes bestias petrificadas les recibieron. Respetaron su descanso y giraron hacia donde el sol levanta. La tierra se tornó árida. Bruxón probó una extraña flor: Una línea en forma de arco apareció cruzando el cielo y a su lomo sobrevoló tierra, hielos y una inmensidad de agua para caer al mismo sitio. El trance le forjó una idea: otro círculo.


Observó que era tierra de secretos, que reunía a las fuerzas de la naturaleza y que sus espíritus quizá no eran corrientes.


No se irían.


Joaquín Lasheras San Martín