Fortaleza

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Esos ventanales reflejaban sobre sus cristales esas hermosas montañas del Pirineo. Sus cumbres nevadas sobre una gran fortaleza, cubiertas de un hermoso blanco manto en invierno, que en verano se transformaba en una alfombra verde que hacía despertar sentimientos de paz y tranquilidad. Esas montañas que nos vigilan y ven pasar los días, uno tras otro.


Al otro lado de esos ventanales se podía distinguir una silueta de un hombre, pensativo, apoyado sobre su bastón, con la mirada fija en esas hermosas montañas. Era Inazio. Un hombre tranquilo, paciente, sin prisa por dejar pasar el tiempo. A lo largo de sus ochenta y muchos inviernos, había acumulado innumerables vivencias, buenas, más buenas y menos buenas. Todas ellas las había vivido con más o menos intensidad, pero siempre aprendiendo algo de ellas. Todo ello le había convertido en un hombre sabio, de una gran fortaleza, igual que aquellas montañas que le habían resguardado durante toda su vida.

Eva Mª Ródenas Abadía