Los quejidos de Satán
None
Treinta caparras habíamos quemado y no se había calmado nuestra infantil ansia destructora.
Pinseque, verano del 82, quedaba mucha tarde hasta que jugara España, mi primo Fran y yo habríamos cogido la pelota pero Satán, el perro del vecino, se cruzó en nuestro camino.
Su aspecto nos hizo reflexionar y decidimos que Satán no podía permanecer ni un día mas sufriendo en el planeta.
Le atamos una piedra al cuello, con la intención de arrojarlo al Canal y que la naturaleza hiciera el resto. El perro nos miraba expectante, moviendo el rabo de lado a lado. Fran tiró un palo al agua, Satán saltó, se oyó un "Chof" y desapareció.
Cabizbajos y tristes, experimentando lo duro que era impartir justicia, nos dirigimos a casa pateando cantos en el camino.
De repente, sentimos un mojado galope detrás nuestro. Era Satán, había conseguido salir del Canal, y en vez de salir huyendo, estaba ahí mojando y llenando de tarquín a sus verdugos entre lametones y carcajadas.